Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 183
mueve tranquilamente por mi habitación. Es un afrodisiaco embriagador. Se quita
sin prisas los zapatos y los calcetines, se desabrocha los pantalones y se quita la
camisa.
—Creo que has visto demasiado.
Se ríe maliciosamente. Vuelve a sentarse encima de mí, a horcajadas, y me
levanta la camiseta. Creo que va a quitármela, pero la enrolla a la altura del cuello
y luego la sube de manera que me deja al descubierto la boca y la nariz, pero me
cubre los ojos. Y como está tan bien enrollada, no veo nada.
—Mmm —susurra satisfecho—. Esto va cada vez mejor. Voy a tomar una copa.
Se inclina, me besa suavemente en los labios y dejo de sentir su peso. Oigo el
leve chirrido de la puerta de la habitación. Tomar una copa. ¿Dónde? ¿Aquí? ¿En
Portland? ¿En Seattle? Aguzo el oído. Distingo ruidos sordos y sé que está
hablando con Kate… Oh, no… Está prácticamente desnudo. ¿Qué va a decir Kate?
Oigo un golpe seco. ¿Qué es eso? Regresa, la puerta vuelve a chirriar, oigo sus
pasos por la habitación y el sonido de hielo tintineando en un vaso. ¿Qué está
bebiendo? Cierra la puerta y oigo cómo se acerca quitándose los pantalones, que
caen al suelo. Sé que está desnudo. Y vuelve a sentarse a horcajadas sobre mí.
—¿Tienes sed, Anastasia? —me pregunta en tono burlón.
—Sí —le digo, porque de repente se me ha quedado la boca seca.
Oigo el tintineo del hielo en el vaso. Se inclina y, al besarme, me derrama en la
boca un líquido delicioso y vigorizante. Es vino blanco. No lo esperaba y es muy
excitante, aunque está helado, y los labios de Christian también están fríos.
—¿Más? —me pregunta en un susurro.
Asiento. Sabe todavía mejor porque viene de su boca. Se inclina y bebo otro
trago de sus labios… Madre mía.
—No nos pasemos. Sabemos que tu tolerancia al alcohol es limitada, Anastasia.
No puedo evitar reírme, y él se inclina y suelta otra deliciosa bocanada. Se
mueve, se coloca a mi lado y siento su erección en la cadera. Oh, lo quiero dentro
de mí.
—¿Te parece esto agradable? —me pregunta, y noto cierto tono amenazante en
su voz.
Me pongo tensa. Vuelve a mover el vaso, me besa y, junto con el vino, me suelta
un trocito de hielo en la boca. Muy despacio empieza a descender con los labios
desde mi cuello, pasando por mis pechos, hasta mi torso y mi vientre. Me mete un
trozo de hielo en el ombligo, donde se forma un pequeño charco de vino muy frío