Literatura BDSM Cincuenta sombras de Grey ( E.L. James ) | Page 136

—Dios —gime. Y vuelve a cerrar los ojos. Introduzco la boca hasta el fondo y vuelve a gemir. ¡Ja! La diosa que llevo dentro está encantada. Puedo hacerlo. Puedo follármelo con la boca. Vuelvo a girar la lengua alrededor de la punta, y él se arquea y levanta las caderas. Ha abierto los ojos, que despiden fuego. Vuelve a arquearse apretando los dientes. Me apoyo en sus muslos y clavo la boca hasta el fondo. Siento en las manos que sus piernas se tensan. Me coge de las trenzas y empieza a moverse. —Oh… nena… es fantástico —murmura. Chupo más fuerte y paso la lengua por la punta de su impresionante erección. Se la presiono con la boca cubriéndome los dientes con los labios. Él espira con la boca entreabierta y gime. —Dios, ¿hasta dónde puedes llegar? —susurra. Mmm… Empujo con fuerza y siento su miembro en el fondo de la garganta, y luego en los labios otra vez. Paso la lengua por la punta. Es como un polo con sabor a… Christian Grey. Chupo cada vez más deprisa, empujando cada vez más hondo y girando la lengua alrededor. Mmm… No tenía ni idea de que proporcionar placer podía ser tan excitante, verlo retorcerse sutilmente de deseo carnal. La diosa que llevo dentro baila merengue con algunos pasos de salsa. —Anastasia, voy a correrme en tu boca —me advierte jadeando—. Si no quieres, para. Vuelve a empujar las caderas, con los ojos muy abiertos, cautelosos y llenos de lascivo deseo… Y me desea a mí. Desea mi boca… Madre mía. Me agarra del pelo con fuerza. Yo puedo. Empujo todavía con más fuerza y de pronto, en un momento de insólita seguridad en mí misma, descubro los dientes. Llega al límite. Grita, se queda inmóvil y siento un líquido caliente y salado deslizándose por mi garganta. Me lo trago rápidamente. Uf… No sé si he hecho bien. Pero me basta con mirarlo para que no me importe… He conseguido que perdiera el control en la bañera. Me incorporo y lo observo con una sonrisa triunfal que me eleva las comisuras de la boca. Respira entrecortadamente. Abre los ojos y me mira. —¿No tienes arcadas? —me pregunta atónito—. Dios, Ana… ha estado… muy bien, de verdad, muy bien. Aunque no lo esperaba. —Frunce el ceño—. ¿Sabes? No dejas de sorprenderme. Sonrío y me muerdo el labio conscientemente. Me mira interrogante.