tierra de gorriones, pudo haberse llamado así también porque ahí existían muchas lechuzas. Así pues
el destino es sabio, o tal vez travieso.
Pero faltan los días cuando empeñas tu entusiasmo a intentar lo perfecto, y un puñado apenas
de compañeros respirábamos la misma ansiedad de volver a casa con una victoria. Y apremiaba la
fatiga pero la suerte cenaba con nosotros cada noche alentándonos a seguir. Y así lo hicimos.
Hemos vuelto, más dignos y grandes que ayer. Hemos vuelto dejando algunas plumas liberadas
en el cielo con nuestras almas de pintura tendidas en la pared. Hemos vuelto luego de abrazar largas
noches los colores dando una tras otra y otro pincelada hasta no salir de la contemplación, tercos,
como si la vida fuera ese lienzo de la que no me han de sacar sin dar una pincelada más de gloria.
PASOS DE GUERRA
H
emos despertado de la felonía de hombres tan absurdamente enanos que inspiran lástima,
que imitan al sol con sus antorchas y que intentan ser gigantes siendo apenas larvas. Hemos
escuchado el clarín de guerra ¡suenan los tambores! y esos, que nacieron cobardes —¡qué
culpa tienen ellos!—, han formulado eruditos pretextos para quedarse en sus alfombras de victorias
antiguas. Pero nosotros hartos de la hedionda comodidad, hartos de la cobardía, de la palabra
muerta e hiperbólica de los moralistas de biblioteca, salimos por ellos, y por nosotros, a defender el
arte, el alma: la libertad.
Mi poesía no es para el débil, el débil apesta y se pudre voluntariamente; mi poesía es para ti
que le devuelves al cielo su dignidad con tu vuelo. Pero siete balas perforaron mis alas y, aunque sé
que soy fuerte, me duele el mundo como a Cristo… mas este el dolor que duele no me hace cobarde,
jamás. Hace falta ser valiente para hacer versos valerosos ¡qué sabe el cobarde del sacrificio! Por el
cobarde he llorado, es cierto, y con sus balas que se clavaron en mi idealismo forjé una pequeña
espada que no pueden sostener sus débiles brazos. Por ellos he llorado en silencio y a solas.
Tres días después de haber clavado su puñal en mi pecho, empezaron a repetir sus bocas lo
que tantos siglos he vivido. Empezaron a copiar mis palabras, copiaron mi forma de respirar y qui-
sieron sentir como yo siento ¡error mortal! Murieron sin gloria, otros en cambio se acorazaron en
su odio, no sabían que respiraba huracanes y que sentía universos en el alma. No supieron jamás
que el sol es mi hermano, que mi sombra suprime las suyas ¡debieron ser gigantes!
Mundo mediocre, me dueles la inspiración. Las musas están desnudas y expuestas a la lujuria
de este mundo lascivo, caníbal de ideales, huérfano de sueños. Pero nosotros todavía creyentes del
Parnaso nos hemos acorazado de plumas y pinceles y guitarras: las amamos todavía. Somos sus
poetas, somos sus guerreros, los dioses han ceñido en nuestras cabezas un destino turbulento y
glorioso. ¡Qué culpa tienen nuestros pies de pisar larvas! A la larva dile “sé mariposa” y alégrate,
alma, por verla volar y endulzar de colores el aire que respiras.
Hemos nacido valientes, y nuestras voces vibrantes son ofensa para el convenido, porque ha-
blamos fuerte y sincero, mientras todos los demás, temerosos a la indiferencia del populacho, ha-
blan tan suave, con susurros que parecen moscas, y a medias.
Hace falta nacer valiente, porque todos los intentos y las doctrinas que sobre la valentía se
hicieron, fracasaron. Entierra tu cadáver putrefacto y vuelve a nacer, desconócete a ti mismo, nié-
gate. No haces falta tú en este mundo, hace falta el otro con el que apenas fantaseas. Mata a tu dios
y construye a otros dioses más grandes que tú mismo. Entiérrate.
Página 19