— Prefiero reírme a carcajadas para saber hasta qué tiempo dura mi sangre.
— Cata mi mamá ya va a llegar, tengo que llevar a los animales.
— Espera, yo también tengo que llevar— se levanta cojeando.
—¡ No! Quédate aquí nomás cuidando, termino de llevar mis animales y vuelvo.
Estas son las horas de los vientos que empujan a despejar las pampas, menos mal que el árbol tiene sus raíces clavadas en tierras firmes, de vez en cuando silban sus grietas, antoja cada parte de ella, se deslizan entre los caminos para verles beber del pukio y se van en dirección de los molinos de esencias escasas.
Gira una vez más en el cielo junto a los gavilanes, llegarán las estaciones pardas, donde los condenados dejarán de asomar sus presencias, la soledad es en ellos la oscuridad.
Cata espera apoyada en la pirka, tiene la maldita manía de hablar sola, a veces atina con lo que escribo, se detiene en un punto fijo y pienso que me mira a mí, se ríe, lo hace a voces ciegas, algo le dice que si se escucha estará nuevamente consiente, no sé si eso quisiera ella, ni el dolor de la herida es tan fuerte para sacarle de su inconsciencia.
—¡ Cata, vamos ya! ¿ A quién le hablas?
— Yo, a nadie, como es que te apareciste en mi frente, ni siquiera te vi.
— Seguramente estas soñando despierta, tal vez sea porque has perdido mucha sangre.
— No Solis, estoy mejor que tú, mira puedo caminar normal— camina despacio un par de pasos—, si quieres puedo saltar con el pie herido.
—¡ Cata! ¿ No ves que se ha hinchado más, y quieres saltar todavía? Voy a traer a los animales, vayas adelantándote despacio, no quiero encontrarte hablando sola.
La noche cae, una madre a regañadientes limpia las heridas de su hija, se da un paseo por el huerto, prende la tullpa, coge unos trapos viejos para envolver la herida, la hija se resiste, la madre amenaza con romperle la mano si no se deja curar y luego soplan el mechero.
Se abrió la mañana nublada, la abuela había dejado todo listo, Rodolfo ya no estaba en casa. Se despertó con el pie derecho, tomó su desayuno, se preguntó a viva voz qué haría si dejara de hacer todo lo que hacía a diario ¿ a dónde iría? Sabía que tío León nunca llegaría a casa, la abuela no sabía noticia alguna de sus heridas, más que unas“ me caí mamacha, estaba cruzando la chacra y me resbalé …” cogió un palo como bastón, abrió la puerta de los corrales, y otra vez a sumergirse en las pampas de Chilibamba.
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