CUENTO
Max Martyn Delgadillo Quispe
A
Alex le apasionaba la pintura desde
muy niño, sus padres siempre lo apoya-
ban y lo guiaban en ese arte. A medida
que fue creciendo y madurando, sus obras empe-
zaron a cobrar nombre y fama, pintaba con un
estilo que los críticos y el público en general ad-
miraba.
A sus 25 años era uno de los más famosos
pintores, había ganado mucho dinero a tem-
prana edad, y con el tiempo su orgullo y vanidad
habían ido en aumento. Empezó a menospreciar
a la gente que lo rodeaba, incluso a su familia,
quería convertirse en el mejor pintor del mundo
y eso era lo único que le importaba. Cierto día,
en una de sus exposiciones, vio a una mujer muy
hermosa, se acercó a ella y le dijo:
—Ninguna de mis pinturas y obras realiza-
das se comparan a su belleza.
Ella se sonrojó y solo atino a sonreír. Y
luego de un momento pausado ella le contesto:
—Las obras que usted hace las admira todo
el mundo, sin embargo a mí solo me pueden ad-
mirar algunos.
Él le contó cuál fue la inspiración para ha-
cer uno de sus cuadros. Se trataba de un lago al
pie de una montaña al cual le llegaba un haz de
luz y la luz se disipaba y formaba muchos colores
que se iban desvaneciendo y convirtiéndose en
ríos, y estos a su vez se convertían en árboles y
flores para continuar su recorrido y terminar en
un fondo negro.
Así pasaron los minutos y ya era hora de
cerrar. Alex la invitó a un bar cercano, sin em-
bargo ella tenía que irse, pero prometiendo vol-
ver en la próxima exhibición de sus cuadros. Él
no dejo de pensar en ella esa noche, en esa her-
mosa mujer, en lo hermoso que sonaba su voz,
su sonrisa, su mirada, y así empezó a pintar un
cuadro. Comenzó con unos trazos finos dándole
vida y color. Lo terminó y guardó en una bodega
escondida debajo de su dormitorio.
Pasaron unas cuantas semanas y llego el
día de la presentación, muchos críticos estaban
ahí para contemplar su trabajo que sorprendió
mucho sobre todo por los colores y la textura de
los trazos. Se podía apreciar un paisaje, parecía
un atardecer de un rojo escarlata algo oscuro
pero que tenía mucha vida. Fue considerada una
de sus mejores obras por darle vida a algo tan
simple como un atardecer. Ese día conoció a otra
joven de cabello hermoso y ojos claros, Alex le
ofreció un vaso de vino y empezaron a charlar
hasta que en cierto momento ella se sintió algo
mareada, no había bebido mucho, pero sufi-
ciente para quedarse dormida.
Al despertar se encontró con algo que ja-
más olvidaría: una habitación roja llena de san-
gre y cuerpos mutilados, ella estaba al centro de
la habitación amarrada a una silla con una mor-
daza en la boca y Alex estaba ahí con un pincel
en la mano y una mirada algo perdida, pero de
satisfacción y gozo por lo que estaba haciendo.
Tenía una serie de artefactos en ese cuarto, ella
solo alcanzó a ver algunos cuchillos y jeringas.
Le hizo un corte en el brazo la sangre se derra-
maba, ella no podía gritar y sentía que su cuerpo
no le respondía; tenía que aceptar que iba a mo-
rir en ese lugar; tomó el pincel y mezclándolo
con un poco de sangre empezó a pintar líneas y
trazos, los trazos eran finos y hermosos. Luego
tomó otra vez el cuchillo e hizo un corte pro-
fundo en el estómago, ella se desmayó, sentía
cerca su fin y empezó a recordar por qué había
ido ese día a la presentación de arte. Recodó una
nota que llegó a la puerta de su casa, la cual de-
cía:
“El arte se encuentra en ti”
Años más tarde solo algunos defendían su
arte apoyándose en que no importaba la manera,
era algo innegable que sus cuadros eran únicos,
sin embargo todos fueron quemados y enterra-
dos junto al lugar donde él se suicidó diciendo
que era la obra final, y que nadie en el mundo
podría hacer todo lo que hizo él en sus cuadros:
darle vida a la muerte.
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