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De Liceo a Ciudadela Universitaria. Historia de la sede de Robledo de la Universidad de Antioquia
En la Universidad vemos cuatro tipos más comunes:
a. El vandalismo de quien nunca aprendió a contenerse y obtiene satisfacción con el daño.
b. El vandalismo contestatario, que se ejerce por rebeldía o rechazo y, por lo general, es
característica y condición de inclusión a un grupo.
c. El Vandalismo con fines políticos, que se ejerce para:
Dar la idea de que esta es la Universidad del Pueblo, a través de lo que podríamos denominar
una estética de la miseria (como si de la expresión pueblo estuviesen excluidas la dignidad y la
calidad de vida).
Justificar la idea de que la Universidad está caída porque el Estado no invierte en la Educación
Pública. Así, todo daño contribuye a la causa.
Debilitar o desprestigiar al enemigo-estado.
Aterrorizar a quien disiente de la única y verdadera ideología redentora y se atreve a
manifestarlo.
Afianzarse en el monopolio del poder y demostrarlo, al amparo de la impunidad.
Desvirtuar las luchas por la reivindicación de los derechos; provocar la estigmatización del
movimiento estudiantil; generar confusión, temor y apatía entre los estudiantes.
d. Vandalismo en beneficio particular, representado en los atracos, cometidos a veces por
encapuchados armados, a cafeterías, oficinas y a personas de la comunidad académica,
aprovechando ahora –nueva modalidad- el caos que se crea en medio de los llamados tropeles.
Esta forma de vandalismo también se manifiesta con amenazas, ataques o asesinatos a
funcionarios cuando, en cumplimiento de su labor, ejercen control, denuncian o hacen gestiones
para frenar, por ejemplo, los robos y la venta de drogas en la Universidad, como ocurrió con el
ingeniero Luis Gabriel Atehortúa Alzate, en 2003, y con el profesor Gustavo Loaiza Chalarca, en
2006.
La protesta estudiantil bajo el yugo del vandalismo
La historia parece tener un curso en espiral, lo que no implica necesariamente movimiento para
mejorar. Contribuye a ello en buena medida la falta de interés generalizada por conocer nuestra
historia y la falta de objetividad para apreciar los hechos. Del desprecio por la historia se
benefician muchos.
En el país abundan razones para luchar por la reivindicación de los derechos fundamentales y la
justicia. La liberación de la dominación colonial sólo trajo consigo la simple ilusión que
denominamos Colombia; por lo demás, más de lo mismo, pero peor. La inequidad social es
aberrante; padecemos el cáncer de la corrupción, cuyos tentáculos todo lo alcanzan; al genocidio
se lo llama hoy, descaradamente, falso positivo; en los últimos 20 años las bandas paramilitares
provocaron la mayor reforma agraria de la historia, asesinando y desplazando a millones de
campesinos y los responsables gozan de protección y privilegios; el Plan Colombia limita la
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