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No recibió contestación.
-¡Que subas!
Al poco rato dibujose la figura de la vagabunda en lo más hondo que se podía ver del
horrible embudo. Choto, después de husmear el tragadero de la Trascava, subía describiendo las
mismas espirales. La Nela subía también, pero muy despacio. Detúvose, y entonces se oyó su voz
que decía débilmente: -¿Señor?...
-Que subas te digo... ¿Qué haces ahí?
La Nela subió otro poco.
-Sube pronto... tengo que decirte una cosa.
-Una cosa, sí; una cosa tengo que decirte.
La Nela subió y Teodoro no se creyó triunfante hasta que pudo asir fuertemente su mano
para llevarla consigo.
Marianela
-¿Una cosa?...
Anduvieron breve rato los dos sin decir nada. Teodoro Golfín, con ser sabio, discreto y
locuaz, sentíase igualmente torpe que la Nela, ignorante de suyo y muy lacónica por costumbre.
Seguíale sin hacer resistencia, y él acomodaba su paso al de la mujer-niña, como hombre que
lleva un chico a la escuela. En cierto paraje del camino donde había tres enormes piedras
blanquecinas y carcomidas que parecían huesos de gigantescos animales, el doctor se sentó, y
poniendo delante de sí en pie a la Nela, como quien va a pedir cuentas de travesuras graves,
tomole ambas manos y seriamente le dijo:
-¿Qué ibas a hacer allí?
-¿Yo... dónde?
-Allí. Bien comprendes lo que quiero decirte. Responde claramente, como se responde a un
confesor o a un padre.
-Yo no tengo padre -replicó la Nela con ligero acento de rebeldía.
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