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fogonero. Y yo me pregunto: ¿Esos seres tan envilecidos que terminan una vida de crímenes con
el mayor de todos, que es el suicidio, merecen la compasión del género humano? Hay cosas que
horripilan; hay personas que no debieran haber nacido, no señor, y Teodoro podrá decir todas
las sutilezas que quiera, pero yo me pregunto...
-No, no te preguntes nada, herm ana querida -dijo vivamente Teodoro-. Yo te responderé
que el suicida merece la más viva, la más cordial compasión. En cuanto a vituperio, échesele
encima todo el que haya disponible, pero al mismo tiempo... bueno será indagar qué causas le
llevaron a tan horrible extremo de desesperación... yo observaría si la sociedad no le ha dejado
abierta, desamparándole en absoluto, la puerta de ese abismo horrendo que le llama...
-Refiérome al miserable desesperado que reúne a todas las miserias la miseria mayor, que es
la ignorancia... El ignorante envilecido y supersticioso sólo posee nociones vagas y absurdas de la
divinidad... Lo desconocido, lejos de detenerle, le impulsa más a cometer su crimen... Rara vez
hará beneficios la idea religiosa al que vegeta en estúpida ignorancia. A él no se acerca amigo
inteligente, ni maestro, ni sacerdote. No se le acerca sino el juez que ha de mandarle a presidio...
Es singular el rigor con que condenáis vuestra propia obra -añadió con vehemencia, enarbolando
el palo en cuya punta tenía su sombrero-. Estáis viendo delante de vosotros, al pie mismo de
vuestras cómodas casas, a una multitud de seres abandonados, faltos de todo lo que es
necesario a la niñez, desde los padres hasta los juguetes... les estáis viendo, sí... nunca se os
ocurre infundirles un poco de dignidad, haciéndoles saber que son seres humanos, dándoles las
ideas de que carecen; no se os ocurre ennoblecerles, haciéndoles pasar del bestial trabajo
mecánico al trabajo de la inteligencia; les veis viviendo en habitaciones inmundas, mal
alimentados, perfeccionándose cada día en su salvaje rusticidad, y no se os ocurre extender un
poco hasta ellos las comodidades de que estáis rodeados... ¡Toda la energía la guardáis luego
para declamar contra los homicidios, los robos y el suicidio, sin reparar que sostenéis escuela
permanente de estos tres crímenes!
Marianela
-¡Desamparado de la sociedad! Hay algunos que lo están... -dijo Sofía con impertinencia-. La
sociedad no puede amparar a todos. Mira la estadística, Teodoro; mírala y verás la cifra de
pobres... Pero si la sociedad desampara a alguien, ¿para qué sirve la religión?
-No sé para qué están ahí los asilos de beneficencia -dijo agriamente Sofía-. Lee la
estadística, Teodoro, léela, y verás el número de desdichados... Lee la estadística...
-Yo no leo la estadística, querida hermana, ni me hace falta para nada tu estadística. Buenos
son los asilos; pero no, no bastan para resolver el gran problema que ofrece la orfandad. El
miserable huérfano, perdido en las calles y en los campos, desamparado de todo cariño personal
y amparado sólo por las corporaciones, rara vez llena el vacío que forma en su alma la carencia
de familia... ¡oh!, vacío donde debían estar, y rara vez están, la nobleza, la dignidad y la
estimación de sí mismo. Sobre este tema tengo una idea, es una idea mía; quizás os parezca un
disparate.
-Dínosla.
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