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hasta pillar el rabo de Lili, con lo cual le sacó del aprieto en que estaba. Acariciando al animal,
subió triunfante a los bordes del embudo.
-Tú, tú, tú tienes la culpa -díjole Sofía de mal talante, aplicándole tres suaves coscorronesporque si no te hubieras metido allí... Ya sabes que va tras de ti donde quiera que te encuentra...
¡Qué buena pieza!
Y luego, besando al descarriado animal y administrándole dos nalgadas, después de
cerciorarse de que no había padecido nada de fundamento en su estimable persona, le arregló la
mantita, que se le había puesto por montera, y lo entregó a Nela, diciéndole:
-Toma, llévalo en brazos, porque estará cansado, y estas largas caminatas pueden hacerle
daño. Cuidado... Anda delante de nosotros... Cuidado, te repito... Mira que voy detrás
observando lo que haces.
Teodoro Golfín no había dicho nada durante el conmovedor peligro del hermoso Lili, pero
cuando se pusieron en marcha por la gran pradera, donde los tres podían ir al lado uno de otro
sin molestarse, el doctor dijo a la mujer de su hermano:
Marianela
Púsose de nuevo en marcha la familia, precedida por la Nela. Lili miraba a su ama por encima
del hombro de la Nela, y parecía decirle: «¡Ay, señora; pero qué boba es usted!»
-Estoy pensando, querida Sofía, que ese animal te ocupa demasiado. Es verdad que un perro
que cuesta doscientos duros no es un perro como otro cualquiera. Yo me pregunto por qué has
empleado el tiempo y el dinero en hacerle un gabán a ese señorito canino, y no se te ha ocurrido
comprarle unos zapatos a la Nela.
-¡Zapatos a la Nela! -exclamó Sofía riendo-. Y yo pregunto: ¿para qué los quiere?... Tardaría
dos días en romperlos. Podrás reírte de mí todo lo que quieras... bien, yo comprendo que cuidar
mucho a Lili es una extravagancia... pero no podrás acusarme de falta de caridad... Alto ahí... eso
sí que no te lo permito (al decir esto tomaba un tono muy serio con evidente expresión de
orgullo). Y en lo de saber practicar la caridad con prudencia y tino, tampoco creo que me eche el
pie adelante persona alguna... No consiste, no, la caridad en dar sin ton ni son, cuando no existe
la seguridad de que la limosna ha de ser bien empleada. ¡Si querrás darme lecciones!... Mira,
Teodoro, que en eso sé tanto como tú en el tratado de los ojos.
-Sí, ya sé, ya sé, querida, que has hecho maravillas. No me cuentes otra vez lo de las
funciones dramáticas, bailes y corridas de toros organizadas por tu ingenio para alivio de los
pobres, ni lo de las rifas, que poniendo en juego grandes sumas, han servido en primer lugar
para dar de comer a unos cuantos holgazanes, quedando sólo para los enfermos un resto de
poca monta. Todo eso sólo me prueba las singulares costumbres de una sociedad que no sabe
ser caritativa sino bailando, toreando y jugando a la lotería... No hablemos de eso: ya conozco
estas heroicidades y las admiro: también eso tiene su mérito, y no poco. Pero tú y tus amigas
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