libros | Page 49
-Deja que se lleve el demonio a Lili, mujer; él volverá. No se puede bajar, porque este césped
es muy resbaladizo.
-¡Lili, Lili!...-gritaba Sofía, esperando que sus amantes ayes detendrían al animal en su
camino de perdición, trayéndole al de la virtud.
Las voces más tiernas no hicieron efecto en el revoltoso ánimo de Lili, que seguía bajando. A
veces miraba a su ama, y con sus expresivos ojuelos negros parecía decirle: «Señora, por el amor
de Dios, no sea usted tan tonta».
Lili se detuvo en la gran peña blanquecina, agujereada, muzgosa, que en la boca misma del
abismo estaba, como encubriéndola. Fijáronse allí todos los ojos, y al punto observaron que se
movía un objeto. Creyeron de pronto ver un animal dañino que se ocultaba detrás de la peña,
pero Sofía lanzó un nuevo grito, el cual antes era de asombro que de terror, y dijo:
Marianela
-Si es la Nela... Nela, ¿qué haces ahí?
Al oír su nombre, la muchacha se mostró toda turbada y ruborosa.
-¿Qué haces ahí, loca? -repitió la dama-. Coge a Lili y tráemelo... ¡Válgame Dios, lo que
inventa esta criatura! Miren dónde se ha ido a meter. Tú tienes la culpa de que Lili haya bajado...
¡Qué cosas le enseñas al animalito! Por tu causa es tan mal criado y tan antojadizo.
-Esa muchacha es de la piel de Barrabás -dijo D. Carlos a su hermano-. Mira dónde se ha ido
a poner.
Mientras esto se decía en el borde de la Trascava, la Nela había emprendido allá abajo la
persecución de Lili, el cual, más travieso y calavera en aquel día que en ningún otro de su
monótona existencia, huía de las manos de la chicuela. Gritábale la dama, exhortándole a ser
juicioso y formal; pero él, poniendo en olvido las más vulgares nociones del deber, empezó a dar
brincos y a mirar con descaro a su ama, como diciéndole: «Señora, ¿quiere usted irse a paseo y
dejarme en paz?»
Al final Lili dio con su elegante cuerpo en medio de las zarzas que cubrían la boca de la
cueva, y allí la mantita de que iba vestido fuele de grandísimo estorbo. El animal, viéndose
imposibilitado de salir de entre la maleza, empezó a ladrar pidiendo socorro.
-¡Que se me pierde, que se me mata! -exclamó gimiendo Sofía-. Nela, Nela, si me lo sacas, te
doy un perro grande; sácalo... ve con cuidado... Agárrate bien.
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La Nela se deslizó intrépidamente, poniendo su pie sobre las zarzas y robustos hinojos que
tapaban el abismo; y sosteniéndose con una mano en las asperezas de la peña, alargó la otra
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