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Los dos hermanos se profesaban el más vivo cariño. Nacidos en la clase más humilde, habían
luchado solos en edad temprana por salir de la ignorancia y de la pobreza, viéndose a punto de
sucumbir diferentes veces; mas tanto pudo en ellos el impulso de una voluntad heroica, que al
fin llegaron jadeantes a la ansiada orilla, dejando atrás las turbias olas en que se agita en
constante estado de naufragio el grosero vulgo.
Marianela
Teodoro, que era el mayor, fue médico antes que Carlos ingeniero. Ayudó a éste con todas
sus fuerzas mientras el joven lo necesitara, y cuando le vio en camino, tomó el que anhelaba su
corazón aventurero, yéndose a América. Allá trabajó juntamente con otros afamados médicos
europeos, adquiriendo bien pronto fama y dinero. Hizo un viaje a España, tornó al Nuevo
Mundo, vino más tarde para regresar al poco tiempo. En cada una de estas excursiones daba la
vuelta a Europa para apropiarse los progresos de la ciencia oftálmica que cultivaba.
Era un hombre de facciones bastas, moreno, de fisonomía tan inteligente como sensual,
labios gruesos, pelo negro y erizado, mirar centelleante, naturaleza incansable, constitución
fuerte, si bien algo gastada por el clima americano. Su cara grande y redonda, su frente huesuda,
su melena rebelde, aunque corta, el fuego de sus ojos, sus gruesas manos, habían sido motivo
para que dijeran de él: «es un león negro». En efecto parecía un león, y como el rey de los
animales, no dejaba de manifestar a cada momento la estimación en que a sí mismo se tenía.
Pero la vanidad de aquel hombre insigne era la más disculpable de todas las vanidades, pues
consistía en sacar a relucir dos títulos de gloria, a saber: su pasión por la cirugía y la humildad de
su origen. Hablaba por lo general incorrectamente, por ser incapaz de construir con gracia y
elegancia las oraciones. Eran sus frases rápidas y entrecortadas conforme a la emisión de su
pensamiento, que era una especie de emisión eléctrica. Muchas veces Sofía, al pedirle su opinión
sobre cualquier cosa, decía: «A ver lo que piensa de esto la Agencia Havas».
-Nosotros -solía decir Teodoro- aunque descendemos de las yerbas del campo, que es el más
bajo linaje que se conoce, nos hemos hecho árboles corpulentos... ¡Viva el trabajo y la iniciativa
del hombre!...
Yo creo que los Golfines, aunque aparentemente venimos de maragatos, tenemos sangre
inglesa en nuestras venas... Hasta nuestro apellido parece que es de pura casta sajona. Yo lo
descompondría de este modo: Gold, oro... to find, hallar... Es, como si dijéramos, buscador de
oro... He aquí que mientras mi hermano lo busca en las entrañas de la tierra, yo lo busco en el
interior maravilloso de ese universo en abreviatura que se llama el ojo humano.
En la época de esta veraz historia venía de América por la vía de NewYork - Liverpool, y
según decía, su expatriación había cesado definitivamente; pero no le creían, por haber dicho lo
mismo en otras ocasiones y haber hecho todo lo contrario.
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Su hermano Carlos era un bendito, hombre muy pacífico, estudioso, esclavo de su deber,
apasionado por la mineralogía y la metalurgia hasta poner a estas dos mancebas cien codos más
altas que su mujer. Por lo demás, ambos cónyuges vivían en conformidad completa, o como
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