libros | Page 38
-Me estoy mirando en el agua, que es como un espejo -replicó con la mayor inocencia,
delatando su presunción.
-Tú no necesitas mirarte. Eres hermosa como los ángeles que rodean el trono de Dios.
El alma del ciego llenábase de entusiasmo y fervor.
-El agua se ha puesto a temblar -dijo la Nela- y no me veo bien, señorito. Ella tiembla como
yo. Ya está más tranquila, ya no se mueve... Me estoy mirando... ahora.
-¡Qué linda eres! Ven acá, niña mía -añadió el ciego, extendiendo sus brazos.
-¡Linda yo! -dijo ella llena de confusión y ansiedad-. Pues esa que veo en el estanque no es
tan fea como dicen. Es que hay también muchos que no saben ver.
-¡Si yo me vistiese como se visten otras!... -exclamó la Nela con orgullo.
-Te vestirás.
Marianela
-Sí, muchos.
-¿Y ese libro dice que yo soy bonita? -preguntó la Nela apelando a todos los recursos de
convicción.
-Lo digo yo, que poseo una verdad inmutable -exclamó el ciego, llevado de su ardiente
fantasía.
-Puede ser -observó la Nela, apartándose de su espejo pensativa y no muy satisfecha- que
los hombres sean muy brutos y no comprendan las cosas como son.
-La humanidad está sujeta a mil errores.
-Así lo creo -dijo Mariquilla, recibiendo gran consuelo con las palabras de su amigo-. ¿Por
qué han de reírse de mí?
-¡Oh!, miserable condición de los hombres -exclamó el ciego, arrastrado al absurdo por su
delirante entendimiento-. El don de la vista puede causar grandes extravíos... aparta a los
hombres de la posesión de la verdad absoluta... y la verdad absoluta dice que tú eres hermosa,
hermosa sin tacha ni sombra alguna de fealdad. Que me digan lo contrario, y les desmentiré...
Váyanse ellos a paseo con sus formas. No... la forma no puede ser la máscara de Satanás puesta
ante la faz de Dios. ¡Ah!, ¡menguados!, ¡a cuántos desvaríos os conducen vuestros ojos! Nela,
Nela, ven acá, quiero tenerte junto a mí y abrazar tu preciosa cabeza.
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