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en donde guardó el tiempo relámpagos errantes. Soneto LXV Matilde, dónde estás? Noté, hacia abajo, entre corbata y corazón, arriba, cierta melancolía intercostal: era que tú de pronto eras ausente. Me hizo falta la luz de tu energía y miré devorando la esperanza, miré el vacío que es sin ti una casa, no quedan sino trágicas ventanas. De puro taciturno el techo escucha caer antiguas lluvias deshojadas, plumas, lo que la noche aprisionó: y así te espero como casa sola y volverás a verme y habitarme. De otro modo me duelen las ventanas. Soneto LXVI No te quiero sino porque te quiero y de quererte a no quererte llego y de esperarte cuando no te espero pasa mi corazón del frío al fuego. Te quiero sólo porque a ti te quiero, te odio sin fin, y odiándote te ruego, y la medida de mi amor viajero es no verte y amarte como un ciego. Tal vez consumirá la luz de Enero, su rayo cruel, mi corazón entero, robándome la llave del sosiego. En esta historia sólo yo me muero y moriré de amor porque te quiero, porque te quiero, amor, a sangre y fuego. Soneto LXVII La gran lluvia del sur cae sobre Isla Negra como una sola gota transparente y pesada, el mar abre sus hojas frías y la recibe, la tierra aprende el húmedo destino de una copa. Alma mía, dame en tus besos el agua salobre de estos mares, la miel del territorio, la fragancia mojada por mil labios del cielo, la paciencia sagrada del mar en el invierno.