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Ay de mí, ay de nosotros, bienamada, sólo quisimos sólo amor, amarnos, y entre tantos dolores se dispuso sólo nosotros dos ser malheridos. Quisimos el tú y yo para nosotros, el tú del beso, el yo del pan secreto, y así era todo, eternamente simple, hasta que el odio entró por la ventana. Odian los que no amaron nuestro amor, ni ningún otro amor, desventurados como las sillas de un salón perdido, hasta que se enredaron en ceniza y el rostro amenazante que tuvieron se apagó en el crepúsculo apagado.
Soneto LXIII
No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina es como la única rosa, la flor por el mar enterrada, anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve. Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos. Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje, lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva, lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos, oh región de perdidos dolores y llanto inclemente! No sólo son míos la piel venenosa del cobre o el salitre extendido como estatua yacente y nevada, sino la viña, el cerezo premiado por la primavera, son míos, y yo pertenezco como átomo negro a las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas, a esta patria metálica elevada por torres de nieve.
Soneto LXIV
De tanto amor mi vida se tiñó de violeta y fui de rumbo en rumbo como las aves ciegas hasta llegar a tu ventana, amiga mía: tú sentiste un rumor de corazón quebrado y allí de la tinieblas me levanté a tu pecho, sin ser y sin saber fui a la torre del trigo, surgí para vivir entre tus manos, me levanté del mar a tu alegría. Nadie puede contar lo que te debo, es lúcido lo que te debo, amor, y es como una raíz natal de Araucanía, lo que te debo, amada. Es sin duda estrellado todo lo que te debo, lo que te debo es como el pozo de una zona silvestre