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tus uñas ofrecidas en el sol de tus dedos, tu boca derramada por toda la alegría, pero, para mi casa vecina del abismo, dame el atormentado sistema del silencio, el pabellón del mar olvidado en la arena. Soneto XLI Desdichas del mes de Enero cuando el indiferente mediodía establece su ecuación en el cielo, un oro duro como el vino de una copa colmada llena la tierra hasta sus límites azules. Desdichas de este tiempo parecidas a uvas pequeñas que agruparon verde amargo, confusas, escondidas lágrimas de los días hasta que la intemperie publicó sus racimos. Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita aterrado, a la luz crepitante de Enero, madurará, arderá como ardieron los frutos. Divididos serán los pesares: el alma dará un golpe de viento, y la morada quedará limpia con el pan fresco en la mesa. Soneto XLII Radiantes días balanceados por el agua marina, concentrados como el interior de una piedra amarilla cuyo esplendor de miel no derribó el desorden: preservó su pureza de rectángulo. Crepita, sí, la hora como fuego o abejas y es verde la tarea de sumergirse en hojas, hasta que hacia la altura es el follaje un mundo centelleante que se apaga y susurra. Sed del fuego, abrasadora multitud del estío que construye un Edén con unas cuantas hojas, porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos sino frescura o fuego, agua o pan para todos, y nada debería dividir a los hombres sino el sol o la noche, la luna o las espigas. Soneto XLIII Un signo tuyo busco en todas las otras, en el brusco, ondulante río de las mujeres, trenzas, ojos apenas sumergidos,