Libro | Page 40

La gitana y el psiquiátrico

María, una joven de veintisiete años, oriunda de la provincia de Corrientes, había viajado a Buenos Aires para establecerse allí luego de una frustración amorosa con su primera pareja. Después de tres años conoció a Jorge, un abogado exitoso, unos dos años mayor que ella, de treinta y ocho para ser exactos. Con el pasar de los días encararon un noviazgo, ella un poco desconfiada ya que no le había ido bien con su primera experiencia y él, por el contrario, dispuesto a concretar algo ya que la soledad a su edad le estaba dando muchos dolores de cabeza. Fueron buenos los meses siguientes; Jorge siempre atento y ella, que de a poco, muy de a poco, empezaba a confiar, decidió dejarse llevar por lo que sentía.

“El tiempo cura las heridas” dicen, y así fue. María y Jorge se casaron y formaron un hogar. ¿Una decisión prematura? Tal vez, pero eso había pasado desapercibido precisamente por el acelerado desarrollo de los acontecimientos y la urgencia amorosa de ambos. El tiempo seguía su curso y la relación acompañaba de buena manera. Cierto día en un paseo habitual se les presentó una persona, alguien que decía ver el futuro, una gitana. Sin darle mucha importancia a la situación y con la insistencia de la vidente, acceden a una sesión en la cual esta persona advierte a María de un engaño. Sin especificar y dando pie a la imaginación, la gitana se aleja.

Algo había pasado, María estaba intrigada y Jorge no se había dado cuenta. Él tenía arreglado un viaje de trabajo para la siguiente semana. El día llegó, y María, quien para ese entonces ya luchaba con la duda del engaño, decidió seguirlo; preparó el auto y emprendió viaje.

En paralelo ocurrió algo extraño, una mujer había ideado un plan macabro para escapar de un problema financiero, que consistía en hacerse pasar por esquizofrénica, preparar su ingreso a un psiquiátrico, y en complicidad con el conductor de la ambulancia que la iba a trasladar, secuestrar a alguien y hacerla pasar por ella.

Volviendo al viaje de María, al faltarle veinte kilómetros para llegar a destino, el auto se detuvo por un desperfecto en el motor; ella que no tenía mucho conocimiento de mecánica, decidió caminar un poco en busca de ayuda. Desgraciadamente encontró una ambulancia con las balizas puestas como si esperara a alguien, y se acercó para pedir ayuda.

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