Cada momento era una eternidad, le parecía que la seguían, corría descalza por el campo y su bata se pegaba a su cuerpo, el frío la traspasaba. Miró hacia atrás, nadie venía, era solo el rumor del viento entre los árboles. Pensó: “Aún no se percataron de que pude huir”. Poco a poco se fue tranquilizando, aminoró la marcha, ya no corría, ahora caminaba. El silencio le iba ganando pero el miedo la alentaba a seguir. A lo lejos divisó una luz, lentamente se acercó a la casa, temblando miró por la ventana, vio una anciana atizando el fuego, su cara aunque arrugada le inspiró confianza. Golpeó a la puerta, la anciana abrió y se quedó asombrada mirándola; lo que sus ojos veían era una chica con una raída bata adherida al cuerpo, sin zapatos y el pelo todo enmarañado, una pobre mujer indefensa que necesitaba ayuda. “Pasa”, le dijo. El calor del fuego reanimó a María, la anciana le dio un café caliente, le preparó el baño, le dio ropa limpia y la llevó hasta el dormitorio donde solo había una cama que se veía muy cómoda. María se dejó caer sobre ella, y por primera vez, después de mucho tiempo, durmió tranquila.
Mañana será otro día en el que podrá conseguir un teléfono y llamar a su esposo, regresar a su hogar. Tendrá que olvidar esta pesadilla, aunque nada será igual.
Alice Scasso
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