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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
nas avanzan, como manchas movibles, los rebaños de ove-
jas y los esbeltos llamas; y en el aire seco y puro de intenso
azul, gime la música del indio, nostálgica, flébil, como lo es
siempre la de los pueblos pastores.
La tercera zona geográfica del Perú, que pertenece a
la dilatadísima red fluvial del Amazonas, y va desde la
vertiente oriental de la cordillera hasta el corazón de la
América del Sur, lleva el nombre de la Montaña, porque
los cerros y collados de sus confines, arrimados a la Sierra,
y que con ella contrastan por lo espeso de lo arbolado,
hicieron recordar a los españoles las más frondosas y esca-
brosas comarcas de la península. Esta región primera se
denomina exactamente la Ceja de la Montaña; y ha reci-
bido desde muy antiguo la influencia y dominación de los
misioneros y colonizadores cristianos, y antes de los Incas,
quienes construyeron allí las fortalezas y palacios de Cho-
que-Quirau, Vitcos, Machu-Picchu y Moyobamba. Pero
fuera de dichos términos, donde acaban las estribaciones
de los Andes, sigue la infinita selva sin historia, la virgen
e inextricable Floresta Real de los geógrafos castellanos,
que situaron en sus arcabucos y misteriosas tenebrosidades
los ilusorios reinos del Dorado y del gran Paititi, de Rupa-
Runa y Ambaya. Tierra húmeda, cenegosa y ardiente; de
cielo bajo y obscuro, y contínuas lluvias; de fieras, insectos
y reptiles; de orquídeas caprichosas, pájaros multicolores y
lUciérnagas innumerables; de lianas gigantescas, de árboles
que nacen sobre árboles y en los que se enroscan serpien-
tes y boas; de ingentes ríos que, después de represarse en
tremendos pongas y pricipitarse en cachuelas mortales, se
dilatan en pantanos e inundaciones inmensas. Tierra de
perfumes y venenos; desmesurada, confusa e instable como
el símbolo de lo Futuro; espléndida y aciaga, enemiga y
pródiga, ingrata y desierta a fuerza de ubérrima. Sobre la
eterna y salvaje magnificencia de los bosques. ilimitados y
rumorosos como el mar, y entre las cálidas brumas, apa-