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JosÉ
DE LA RIVA-AGÜERO
de la civilización de Tiahuanaco, y su conjetura acerca de
la civilización de Nazca (Págs. 19 y 22). También se incli-
na a mirar el imperio incaico como una mera confederación
de tribus, hasta en su último período (Pág. 20), aplicando
sin duda al Perú las extremas tesis derivadas de las ana-
logías "Piel Rojas" que Morgan y Bandelier llevaron con
tanta insistencia al estudio del Anáhuac y que aún para
éste comienzan a tacharse de exageradas, con haber sido los
aztecas en su organización política harto inferiores a los
Incas e infinitamente menos centralizadores que ellos. Por
eso nos permitimos en este punto una salvedad y un repa-
ro. Reducir por completo las fuerzas adultas de una civi-
lización a sus dudosos e informes orígenes y equiparar
grupos sociales relativamente avanzados con sus colaterales
que se estancaron o retrocedieron, es método peligroso,
propenso a graves errores. Es una "idealización" al revés,
por simplificación extrema. Lo significativo en las diver-
sas culturas, no es el punto de partida, homogéneo en casi
todas sino el estado final tan heterogéneo, que permite
apreciar la especial aptitud de las razas y su desigual em-
puje.
De una misma barbarie prehistórica, neolítica, emer-
gieron en el Mundo antiguo los civilizaciones egipcia, cal-
dea, china y aria, mientras que las demás ramas humanas
se retrasaban. De un mismo salvajismo originario se ele-
varon en América las civilizaciones nahua, maya, chibcha
o peruana, en tanto que los restantes pueblos no asertaron
a desarrollar sus análogos gérmenes de sociabilidad. ¿ Qué
dirían en Europa del historiador que pretendiera resolver
todos los problemas de la civilización helénica por el es-
tudio de los bárbaros Ilirios y Tracios, Frigios, Filisteos y
Armenios, indudables hermanos de sus progenitores? Pues
empeño semejante es en el americanista la asimilación de
ios Mejicanos y de los Tahuantinsuyos a los Pielrojas y sal-
vajes amazónicos.