EL IMPERIO INCAICO
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que no le obedecieron. Si aceptamos aquel testimonio,
tendremos que desde el primer soberano Hanan Cuzco
se advertía ya la evolución incaica hacia el usufructo fa-
miliar precario, realizada igualmente en la Rusia zarista.
Del propio modo que en ésta, los sorteos o adjudicaciones
de los lotes eran anuladas, según lo testifican Acosta y
Coba, Santillán y Garcilaso. Los indios, en su tradiciona-
lismo, propendían a atribuir dichos lotes a las mismas fa-
milias o a sus herederos; pero había alteraciones inevi-
tables, porque el sistema de barbechos impone remudar
tierras. No recibían siempre un solo campo, más o menos
extenso según el número de la prole, sino con frecuencia
parcela discontínuas, conforme lo apropiado a la diversi-
dad de cultivos. Eran numerosos los ayIlos que por dicha
tazón poseían a la vez terrenos de puna, de ladera y de
valle, aun mediano muchas leguas y en diferentes provin-
cias, como los del CoHao que inviaban a una parte de
sus miembros hasta las riberas costeñas del Sama, para
recoger allí los productos tropicales necesarios en su consu-
mo y que en la alta meseta no podían lograrse. En el mismo
caso que observamos en otros países de suelo muy fragoso,
como la Grecia continental, en que había tribus con tierras
de montaña y litorales a distancia de más de una jornada.
A la manera que en el mir ruso; las casas y los ane-
xos huertos de los campesinos no entraban en los sorteos
anuales, y se reputaban propiedad indivisible de la fami-
lia. Es probable que se transmitieran por herencia, como
ciertos bienes muebles, pues hay cronistas, como Valera
y Huaman Poma, que nos hablan de testamentos, y no
parecen restringirse a las clases superiores de orejones y
curacas. En otros casos los hijos mayores heredaban por
cabezas o estirpes, sin dividirlo con los demás hermanos.
Las parcelas de sorteo (llamadas por Santillán bojas, en
razón de su forma prolongada) no se destinaban todas a
repartirse entre las diversas familias: algunas se reserva-