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JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO
do un sistema difundidísimo en todas las sociedades pri-
mitivas. A más de las que llevo indicadas, al tratar de
las semejanzas con los imperios bárbaros patriarcales, hay
que recordar que se halla en todo el norte de Africa,
desde Marruecos hasta el Sudán y el Níger, y entre los
libaneses, los indostanos y los de Java. Se extendió en
el mundo eslavo con el célebre mir ruso, y la zadruga
de Serbia. La hubo en el Japón feudal y en la antigua
Germania, antes de la conquista romana y después de ella,
con la marke de que subsisten vestigios tan notables en
Suiza. La hubo igualmente entre los celtas de Irlanda y
Escocia, y todavía se descubren sus uspervivencias en Ita-
lia, especialmente en Cerdeña, y en la misma España. Pe-
1(, dentro de este tan
difundido régimen en la historia
de la humanidad hay gradaciones que van desde el ver-
dadero comunismo en el cultivo y el reparto, hasta la
particularización y la destribución de la cosecha por lotes
familiares. El francés Luis Baudin expone muy bien la
cuestión. En un primer período de que son tipos la za-
druga yugoeslava y las mismas tierras concejiles que se
conservaban en Aragón y León, es común el trabajo de
los campos; y asimismo la cosecha se reparte entre todos
los miembros de la comunidad, proporcionalmente a sus
necesidades. Pero en el momento segundo, consultando la
mayor especialización y la mayor eficacia en las faenas,
los terrenos de cultivo se dividen en lotes adjudicados a
los padres de familia, tomando en consideración el núme-
ro de los hijos. Cada familia labra por sí su respectiva
parcela, reservándose para el hogar doméstico todos o la
mayor parte de los frutos. Tal era el procedimiento in-
caico, como el del mir ruso y el de Java. Debió de existir
en el Perú una época en que prevalecía la primera for-
ma, la genuina comunista porque Montesinos, en el capí-
tulo XIX de sus JWemorias 'Historiales, dice que el Inca
Roja ordenó poner en común las cosechas íntegras, pero