EL IMPERIO INCAICO
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tra confraternidad latino--americana, que de otro modo es-
taría desprovista de todo alcance, medula y sentido, y en
ella radica igualmente nuestra comunidad con Europa, pues
privados de su savia ancestral nos reduciríamos a desdi-
chados imitadores, ajenos siervos y raquíticos expósitos.
Aunque mestizos de sangre o de espíritu, o precisa-
mente por serlo, no carecen los peruanos de esclarecida
historia, de honrosa legitimidad, y de generosos y rancios
orígenes. Y como el solar es doble, indo-español, y en ca-
lidad de tal lo acatamos y veneramos; como la conquista
española fue un hecho definitivo, irreversible, hágase lo
que se quiera y pésele a quien le pesare, y determinó la
mistión casi perfecta y a menudo indiscernible de ambos
pueblos; como los blancos nos sentimos en todo peruanos
de alma, y en nada nos parecemos a ·los inasimilibles baro-
nes bálticos, predicar odios y exclusivismo de raza es en
el Perú tarea extemporánea, insensata y criminal, y destina-
da a la postre al fracaso y al ridículo. Excitar pretensas rei-
vindicaciones cerrada y meramente indígenas, no puede
significar entre nosotros sino un frenesí de in con cien tes o un
señuelo de logreros. La convivencia, entrecruzamiento y
mezcla de diferentes razas ha constituído dondequiera, y
muy especialmente en nuestro país, el proceso esencial de
la civilización. El repudio de los sucesivos colonizadores
llevaría en buena lógica a quedarse con el primitivo sal-
vajismo antropófago.
En la página 31 de su libro, expone el Dr. Urteaga,
con mucho tino y precisión, que los hombres, al abando-
nar la vida errante y pasar de hordas a clanes, reemplazan
progresivamente la solidaridad de sangre con la del terri-
torio común. Entonces aparece la nociÓn de patria. El
absoluto predominio del instinto racial es la antítesis y
negación de la nacionalidad, la regresión a un nivel, no
ya bárbaro, sino salvaje y totémico.