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ya una verdad definitivamente adquirida en la ar-
queología sudamericana, que el Imperio de Tiahuanaco,
así llamado por las célebres ruinas próximas nueve leguas a
La Paz, llevó su influencia y estilo, muchos siglos antes
que el de los Incas, hasta las sierras del Ecuador y las del
Noroeste de la Argentina. La cultura tiahuanaquense, res-
pecto de la incaica, se halla en la misma relación de prece-
dencia y origen que la caldea respecto de la ninivita, o el
antiguo imperio hasta la XI dinastía respecto de la ulterior
historia egipcia.
Desprovistos de fuentes escritas, sin más elementos
que las excavaciones arqueológicas actuales, y los mitos y
tradiciones que muy tardíamente recopilaron cronistas es-
pañoles e indios, se nos plantea el problema de cuál de las
razas peruanas fue la creadora de aquella primitiva civili-
zación. Tres coexisten en las alturas andinas: Uros, Ayma-
ras y Quechuas. Desde luego, hay que descartar a los Uros.
Nadie ha de adoptar hoy la teoría de González de la