EL IMPERIO INCAICO
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Pero entre los ímpetus feroces, resalta siempre la in-
génita misericordia. El objeto del drama, si bien se mira,
es glorificar la clemencia de Túpaj Yupanqui para con la
privilegiada tribu de los Tampus o Antis, y su caudillo he-
reditario. Aún el severo Patchacútej, en la Escena III, antes
de ordenar la guerra contra los Callas y Chayantas, previe-
ne que se procure reducirlos por vía de paz y persuaciones.
Antes de reconocerse Cusi Coyllur e Ima Súmaj se llaman,
como metáforas de pompa y de dulzura:
¡Oh mi princesa, encantadora hermana;
pájaro del pecho de oro, semilla de Piedad, flor
(esmaltada del panti!
Es un himno de infinito acatamiento, de fanática ado-
ración, inconfundible en su acento indígena y sus arcaicos
paralelismos, el que Ollantay le pronuncia al Inca. No enu-
mera sus propias hazañas sino para tenderlas, como una
humilde alfombra, ante el emperador omnipotente y divino:
Sabes, ilustre Rey, que desde mi niñez te he servido,-
y que siempre te he 'mirado como mi amo.
Siguiendo tus huellas se han acrecentado mis fuerzas;
-y continuamente he vertido mi sudor en tu servicio.
¿ Dónde no he hecho correr la sangre de tus contra-
rios?-
Sólo mi nombre los ahoga, como una cuerda al cuello.
'Re puesto a tus pies todas las tierras altas y sus
gentes;- y he convirtido a todos los Yungas en es-
clavos de tu casa.
'Re desviado y quemado a los Chancas;- y les he
arrancado las alas.-
'Re abatido al poderoso 'Ruanca 'Ruilla.-
¿ Cuándo no me he levantado el primero en la van-
guardia/-