Libre Fantasía Marzo 2017 | Page 28

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Por momentos, el sofocante calor dejó paso a un frío penetrante, y con ello trajo una repentina niebla. La luz portada por el conjurador fue neutralizada, y otra vez la visibilidad era casi nula. Lo poco que podía distinguirse entre la neblina eran las pocas hojas que habitaban en esos maltrechos árboles, que caían al paso de los jinetes como si alguien las esparciera explícitamente. Pero para suerte de los guardias, solo quedaba la mitad del camino donde el bosque casi rozaba el sendero. De pronto, unos ojos rojos asomaban entre los arbustos. Rohman volvió a crear sobre su primer conjuro otra vela mágica, pero esta era de mayor intensidad. Esa renovada luz esclareció justo donde se encontraban los dos magos, y por primera vez podían divisar los horrores de años y años de magia oscura en el bosque. Los árboles tenían formas horripilantes y unas jaulas colgaban sin sentido; ¿pero qué o quién pondría jaulas en un lugar que nadie osaría pasar?

Rohman y Hussmar, lentamente se acercaron. Y fue cuando escucharon el crujido de una rama. El corazón les latía a mil por hora. Los dos agudizaron los sentidos, y se prepararon para lo peor. Entonces Rohman contempló algo que no cabía en su imaginación: entre las ramas deformadas y finas que parecían intentarle coger, varias jaulas colgaban donde dentro, vivos o muertos, confinaban a varios cuervos. Era macabro de ver pues los demás pájaros del ébano se alimentaban de los que yacían muertos en esas “cárceles” mugrientas.

Los dos se alejaron y siguieron el camino.

Las sombras se movían entre la corteza de los árboles y danzaban a ritmo de la música del mismo diablo: la danza de la muerte. Fue en ese delirio, ese éxtasis, esa orgía del averno, cuando un ruido rompió el silencio.

Todos se miraron preocupados. De la intensa niebla, surgieron varias bandadas de murciélagos que volteaban muy cerca de las cabezas de los jinetes. El caos se apodero de los montadores que luchaban para zafarse de esas alimañas voladoras. Tal como aparecieron de la nada, volvieron a esconderse entre la espesura de la neblina, y eso aunque alivió al grupo, el temor de que volvieran aparecer se hacía latente.

—¡¿Qué criatura emerge y desaparece súbitamente?! —dijo el capitán, cuya voz delataba la desesperación—. Este bosque hay que quemarlo —suspiró con rabia.

—Siento decirle que eso ya se hizo, capitán —le dijo Rohman, y viendo la cara de asombro del general—. Hace ya unos cuantos años, bastantes, el padre del ahora rey Koppens ordenó una quema de una parte del bosque, ya que muchos de los comerciantes tenían que pagar a mucho más a los mercenarios por considerarse un paso muy “peligroso”. Con ello los avariciosos vendedores amenazaron en subir los alimentos más básicos una barbaridad, y el rey se opuso, pero tampoco podía hacer nada; le tenía entre la espada y la pared. Por lo consiguiente decidió que si ellos fueran los que quemaran el bosque no se opondría.