Libre Fantasía Marzo 2017 | Page 19

–¡No, Andrew! –Karl se soltó con brusquedad– ¡Basta! Conozco tus hechizos. Y, si algo no ha salido mal ahora, no tardará en hacerlo. Ahora, déjame.

Jayn se dejó caer en una silla, sin soltar el hacha, sudorosa y roja como un pimiento.

–¿Quieres ayuda?

–No, gracias. Creo que echaré entera esta cosa en el caldero. Estoy harta de ella.

–Entonces, lo pondré al fuego y lo echamos juntos dentro. ¿Te parece bien?

–Sí. Está bien. De todos modos, el callo sólo es para que la pócima no sepa mal.

Ella se levantó y salió de la casa mientras Karl ponía el caldero al fuego. Después, echó también los últimos leños que había junto a la chimenea. Supuso entonces que Jayn fue a traer más del cobertizo.

–Cortad el callo de titán colosal –ordenó Andrew.

Karl se dio media vuelta para encontrarse con que otro cacodemonio acababa de coger el hacha con la que Jayn había tratado de partir aquel ingrediente impartible. Le daba furiosos golpes. Pero, no conseguía más que hacer saltar chispas del filo.

–¡Idiota! –Karl le dio un empellón a Andrew–

Llegó un punto en que la criaturilla empezó a jadear con la lengua de fuera, igual que un perro. En ese instante, corrió hasta ellos, arrebató la caja a Andrew e hizo salir a dos compañeros más.

–¡Oye, tú, demonio! –dijo Karl– ¡Basta ya; regresa a la caja!

–¡Es imposible! –chilló éste mientras estiraba con ambas manos el escaso pelo que le cubría el cráneo– ¡No he terminado mi deber y tampoco puedo hacerlo solo!

Los otros demonios cogieron una espada que Igor guardaba en su dormitorio y un azadón. Intentaron con todas sus fuerzas hasta que el arma y la herramienta se quebraron. Luego, los dos que habían estado preparando los amuletos dejaron ese trabajo y se les unieron.

Karl tuvo un mal presentimiento. Los engendros de la caja se veían cada vez más molestos y él no tenía idea de lo perjudicial que pudiera ser eso. Tampoco sabía si lo atacarían por detenerlos. En ese instante, Jayn apareció en la puerta con una carretilla, que se volcó en cuanto ella la dejó para echárseles encima y apartarlos del callo.

–¡Haz que paren! –dijo ella.

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