Libre Fantasía Junio 2017 | Page 9

al menos podría alternar un poco. Ya no puedo seguir con el pâté, aumenté dos centímetros de cadera, esa porquería es pura grasa. ¡Lástima que sea tan rica!

(Toma el paño de gamuza y comienza a limpiarse los dedos) Con lo que cuesta perder esos centímetros, cada vez es más dificil. Aún no recupero los tres que aumenté hace tres años (lanza el paño al interior del carro con rabia y se palmea la cadera). Lo peor es que solo siento hueso ¿será que ya no hay vuelta atrás con el talle? ¿Habrán pasado tres años en realidad o más? No sé porqué no llevo la cuenta de los días como la gente, esto es culpa de que no haya forma en que pueda llevar una rutina ordenada. Nunca pude ni podré hacerlo, no es para mí la rutina. Tendría que tener gente que cuide la agenda por mí como cuando tenía a Ana.

(Une sus manos entrelazando los dedos, mientras levanta la vista hacia lo alto) Cuando te eligió la agencia nunca pensé en lo necesaria que te volverías para mí, Ana. Extraño tu seriedad de anteojos de carey negros, y la libreta donde anotabas todo con detalle. Fuiste lo más parecido a una amiga para mí todo ese año que estuvimos de gira cuando fui la… (su voz hace una pausa quebrándose un poco) No debería hablar en pasado, nunca entregué la corona así que debo seguir siéndola. Una miss no debe perder la compostura ni dejar que se la vea sin arreglar. Ana me retaría si estuviera aquí y me viera con un mínimo de abandono. ¡Ay Ana, Anita! ¿Por qué tuviste que caer también? Cuando me elegías la ropa con la que debía vestir cada día amaba tu buen gusto. La verdad no sé si lo estoy haciendo bien desde que no estás conmigo, pero no tengas duda Anita que pongo todo mi esfuerzo en esto. Lo único que no me gustaba de vos era cuando me celabas de los chicos, ¡nunca me dejaste disfrutar de una cita! Si tuviera que salir hoy ya no sabría comportarme sin parecer una estúpida quiceañera. Creo que voy a tener que pasar por alto esa etapa y casarme directamente con algún empresario o príncipe árabe; como ese que me mandaba flores a cada hotel al que llegaba. ¡Qué bonitas se veían! No podía dejar de lagrimear cada vez que las recibía, a pesar de que me mirabas con reprobación. Al menos no me las escondías como lo hacías con las cartas que llegaban de mi Jorge, ¡eso sí que nunca te lo perdoné! (Lleva sus manos entrelazadas contra su corazón, como adolorida). ¡Pobre Jorge!, después de haber hecho tanto esfuerzo en ubicarme, y eso que no nos veíamos desde que teníamos seis años. Siempre me había gustado, ya sé que debo parecer una tonta recordando un fugaz romance de la

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