—Te lo prometo —afirmó el libro con certeza.
—Bien, entonces emprenderé mi viaje al amanecer. Mi única duda es la siguiente: ¿cómo es que el dragón no te pidió que protegieras su tesoro?
—Porque nunca abrió el libro. Además, los dragones no saben leer.
—Ah, por cierto, gracias por todo.
—Me alegra haberte conocido, Operd de Leria, y te deseo un buen viaje. Sólo recuerda una cosa: la riqueza más grande está en tu interior.
Operd todavía no entendía muy bien esta frase. Al día siguiente, encontró una mochila preparada especialmente para él a la entrada de la cueva. Ya se estaba acostumbrando a que la caverna le proporcionara todo lo que necesitaba. Por primera vez en su vida se sintió muy agradecido y con ganas de emprender su maravilloso viaje a las montañas azules.
Pasaron muchas, muchísimas primaveras antes de que alguien volviera a pasar por la caverna de la luz, hasta que una de ellas entró una curiosa jovencita de cara triste. Su cabello rubio llegaba hasta el suelo, y tenía las orejas puntiagudas. Caminaba tímidamente, pero actuaba como si supiera exactamente lo que hacía. Avanzó ignorando todos los tesoros, directamente hacia el libro. Tras darse cuenta de que la llave no estaba, comenzó a removerlo todo. Tardó tres días en encontrarla y, cuando por fin lo logró, abrió ansiosa el libro dorado y se dirigió a él con voz demandante:
—Quiero ser feliz.
—¿Y por qué no lo eres? —preguntó éste en su tono tranquilo habitual.
—Hola —saludó con su vocecita, que parecía una campanilla melodiosa con un toque melancólico—. Soy Tira, hija del gran rey elfo Operd, y sé el secreto. Por él he cruzado las montañas azules hasta aquí. El gran rey escribía un diario que me regaló para mis diecisiete años. Gracias a él supe de la caverna de la luz y del gran tesoro; era la única manera de que alguien encontrara la cueva, si tal era la voluntad de mi padre. Porque, según el diario, la cueva permanecía bajo el hechizo de la promesa que le hiciste cuando se fue.
—Como puedes comprobar, princesa, nadie ha profanado este sitio en todos estos años.
—Me alegro —dijo Tira con una mueca displicente—. En fin, no necesito tesoros materiales, mi padre es el soberano más rico del universo. Gracias a su inteligencia y aplomo, los reinos del sur se han unido y lo han elegido rey. Después de una época negra, han vuelto la luz y la verdura a los campos. Sólo él ha sido capaz de unificar a las tribus. Todo lo que toca lo