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atentamente todo lo que el anciano le relataba. El anciano también le contó que otros habían llegado antes de Ptauht, y en algún momento trataron de volver. Pero los riscos y desniveles que atravesó Ptauht son realmente insalvables para un regreso, y así los huesos de quienes lo intentaron alimentaron el osario que antes había visto. El anciano entonces suspiró cerrando los ojos y quedó callado.
Ptauht salió a la noche, y pudo ver la alfombra de puntos de luz que cubría todo el cielo, mientras las nubes del valle en la oscuridad semejaban el lago nocturno de su aldea. Cargó sobre su hombro al anciano sin esfuerzo. Tomando una rama encendida de la fogata caminó por la noche hasta encontrar un buen lugar, y cerró un sepulcro de rocas sobre el cuerpo yaciente. Dejó clavada la rama encendida en el sepulcro, y volvió caminando hacia el resplandor de la choza. A medida que sus ojos se acostumbraban iba viendo una estela de puntos luminosos que cruzaba todo el cielo, señalando el camino por donde había descendido Nu´g-tha. ¡Cuánta sabiduría había en ese anciano, y qué enorme era el universo! ¡Mucho más de lo que se creía era el Th'amn!
Sin embargo saber la verdad le había costado muy caro. Le había costado el no poder regresar para compartirla. Ptauht miró hacia el sepulcro desde la puerta de la choza, una estrella más en la noche desde allí. Así ingresó a su nuevo hogar dispuesto a dormir.