MISCELÁNEA
Al Sargento Música
GC “Cauchin”
que, con reluciente y
algo abollada corneta,
nos catapultó como
Guardias Civiles.
Que Dios lo tenga en
su gloria.
Jaime MERINO DE LA BARRA
Crnl. PNP GC (r)
H
ace años, diríamos muchos años, cuando aún
imberbes llenos de ilusiones y esperanzas, nos incorporamos
a la entrañable GC, muchos jóvenes
de bien y de buena estirpe, se presentaban muy bien preparados para
luego de cumplir las pruebas más
exigentes, lograron vestir el honroso uniforme. Escogido Instructores
de rancia raigambre, llenos de sólidos principios, se encargaban de
moldear al joven cadete hasta convertirlo en ejemplar Oficial.
picardía interior entre baqueano,
cazurro y bonachón.
Era un Sargento algo panzoncito, de cara picada, creo por la viruela, con polainas y correaje reluciente, provisto de refulgente corneta,
sobreviviente de mil y un toques.
Este señor, diría señorón, imagino se levantaba entre gallos y media
noche para lustrar sus botones, chapa GC., sus polainas y su supongo
adorada corneta en el “Escuadrón
de Conchucos”, donde los músicos tenían su Cuadra, disfrutando
al igual que los mozos de caba que
allí descansaban del reconfortantes
aroma del guano y las embebidas
monturas con sudor e ilusiones.
Desde el Escuadrón, “Cauchin”
arrancaba su camioneta hasta la
Escuela, pasando obligadamente
por la Placita del Cercado, con sus
banquitas, aún sin parejitas, que la
vieja Iglesia, serena y tolerante, expectaba los arrumacos, donde más
de una algún atrevido cadetito embozado en su vistosa capa rojinegra
cobijo y acuño alguna marisabidilla
criollita, de cuervas embriagadoras,
pestañas de abanico y perfume a
jazmín, que no faltaban en aquellas casonas empolvadas de historia
colonial, de españoles mañosos y
bohemios y réplicas de la coquetona y sapicora “Perricholi”.
Ya en la Escuela de Oficiales,
se posesionaba del patio de Honor, cuadrado como un saldado
alemán, junto al mástil de la bandera y el sagrado Cenotafio, para
luego de relamerse y consciente
de su obligada impertinencia, daba
rienda suelta a su inspiración taladrando el silencio y la quietud de
los adormilados Barrios Altos, catapultando como acerados resortes
a los casi imberbes cadetes que se
enfundaban presurosos los buzos
aun con rezagos de los sudores de
las carreras del día anterior.
A este recordado Clase Músico
lo llamábamos confianzuda y cariñosamente “Cauchin” o “Juanacha”,
apelativos que obedecían a que en
sus francos aparecía con su morral
para vendernos una pintura casera
para nuestros correajes que quedaban muy blancos y relucientes, listos
para la revista y “Juanacha” porque,
así reveló en secreto, se llamaba la
serranita de sus tiempos mozos.
En este inicio profesional, llenos de emociones y expectativa,
conocimos a un Sargento, viejo
Sargento, al que hoy recordamos
con cariño y hasta cierta nostalgia. Era músico, corneta, proveniente de nuestro Ejercito, nacido
en algún recóndito rinconcito de
nuestras hermosas serranías, pero
ya luego de infinitas y dolorosas
carreras de baqueta, “piojitos”,
imaginarias de 2 a 4 horas de rígido centinela etc., se mostraba
disciplinado encubriendo bien su
Hoy mi querido “Cauchin”, estamos seguros, que bien cuadrado
sobre una nube, estarás tocando la
Diana con tu sonora corneta, despertando a los ángeles dormilones,
recomendándote sí “Juanacha” no
los despiertes tan temprano, porque San Pedro te puede bajar del
cielo. (Ellos no son GC.)
EL CORNETA
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Revista Guardia Civil