La mulata, como por arte de magia, subió las escaleras del barco y se mezcló con el dibujo de la pared. Ahora ya sólo había un dibujo con un tripulante a bordo. El celador no lo podía creer. Se talló los ojos y volvió a observar, ya no había rastro de Soledad.
El agua que se colaba por la ventana, por las goteras y por algunas paredes, alcanzó de pronto el dibujo y comenzó a borrarlo. Lo más sorprendente de todo, fue que el dibujo del pequeño tripulante en el barco, muy parecido a la mulata por cierto, le decía adiós con la mano al celador, mientras el dibujo se iba borrando.
Nunca supo el celador si lo había soñado, o si en verdad la mulata se había metido al barco para escapar del calabozo. Pero el pueblo murmuraba que algunos habitantes habían presenciado un pequeño barco que navegaba entre la lluvia y se alejaba hasta perderse de vista...
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