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Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas hubo una que le pareció la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Carmen daba hacia un angosto callejón, tan estrecho, que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente.

Si lograra

entrar a la casa

frontera podría

hablar con su

amada, y entre

los dos,

encontrar una

solución a su problema. Preguntó quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.

Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Carmen, cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños. Unos cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, y cuando más abstraídos se encontraban los amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.

El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavó en el pecho de su hija. Don Luis

enmudeció de espanto

la mano de Doña Carmen

seguía entre las suyas, pero

cada vez más fría. Ante lo

inevitable, Don Luis dejó un

tierno beso sobre aquella

mano tersa y pálida, ya sin

vida.

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