políticas poco ortodoxas como Jair
Bolsonaro en Brasil, Rodrigo
Duterte en Filipinas o Viktor
Orban en Hungría no solamente
refleja la turbulencia económica y
social de los tiempos actuales sino
también la creciente disposición
del votante promedio a acercarse a
ideas cada vez más radicales.
Visiones del mundo que se
predican como absolutas entre el
caos de subjetividades, muchas
v e c e s c a p i t a l i z a n d o d e l
resentimiento en los estratos de la
s o c i e d a d h i s t ó r i c a m e n t e
marginalizados o a los que las
tendencias recientes en la sociedad
(postindustrialización, expansión
de la multiculturalidad, etc.) han
obligado a sentirse dejados atrás.
Podemos comprobar aún
más la rampante intolerancia al
mirar el crecimiento alarmante que
han tenido los crímenes de odio
(definidos como cualquier delito
penal contra una persona o
propiedad, motivado total o
parcialmente por el prejuicio de
un delincuente contra una raza,
religión, discapacidad, orientación
sexual, origen étnico, género o
identidad de género) durante las
últimas décadas, periodo de
tiempo que coincidentemente
corresponde a la rápida expansión
del uso del internet. El FBI
reportó que en 2019 el número de
asesinatos por motivos de
identidad (racial, de género,
religiosa, etc.) alcanzó su récord
más alto en los últimos 16 años
en los Estados Unidos, siendo el
año donde se registró más
violencia contra las comunidades
LGBTIQ+ e Islámica (New York
Times, 2019).
A pesar de este panorama
sombrío cerniéndose sobre
nosotros, todavía hay mucho
espacio para la esperanza en una
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