El objetivo, dijo, es escuchar a los
sobrevivientes de abuso hablar sobre
sus experiencias, enseñar a los
obispos sobre los procedimientos de
la iglesia para lidiar con el clero
abusivo y buscar el perdón. Nadie
puede decir que no habrá más abusos
en la iglesia o en el mundo, pero la
idea es que los responsables sean
castigados.
Lo que la mayoría se pregunta es,
¿por qué a la iglesia le tomó tanto
tiempo hacer algo al respecto si esta
situación ha contribuido de manera
negativa a la mala percepción que se
tiene de esta institución? Primero, la
iglesia católica como cualquier otra
institución pone sus propios intereses
por encima de los de sus miembros
individuales y, al igual que las
instituciones seculares, sólo la presión
externa de las autoridades legales
obliga a las mismas a tratar de poner
fin a estos escándalos, forzándolos a
ser más transparentes y responsables.
Pero, la Iglesia católica también tiene
políticas y actitudes específicas que
han exponenciado su problema de
abuso del clero, y su estructura
jerárquica promueve una cultura de
obediencia a los obispos y al Papa.
Uno de los temas más importante es
el clericalismo, la idea de que los
sacerdotes son superiores a los
católicos laicos y no necesitan
escuchar a los mismos. Existe tanta
política y tanta burocracia en el
Vaticano que resulta imposible
conseguir una respuesta en tiempo
real.
Su percepción de la temporalidad se
ve afectada por el hecho de que llevan
operando aproximadamente 2,000
años. No se dan cuenta de la gravedad
y del daño que su negligencia está
causando a miles de niños en todo el
mundo. Parte del problema es que se
ha permitido por mucho tiempo que
los obispos que cometen estas faltas se
retiren en silencio, sin explicación o
declaración alguna. En otras palabras,
la Iglesia no tiene una crisis legal,
tiene una crisis de liderazgo.
El problema principal son los
obispos y su resistencia para aceptar la
situación de sus diócesis y actuar en
consecuencia; muchos de ellos se
sienten acosados por la prensa
injustamente, pues siguen creyendo
que los abusos en la Iglesia son
irrelevantes, comparados con otros
ámbitos.
El comité organizador pondrá en
orden las ideas tratadas y buscará un
esquema de trabajo para los próximos
meses, pero es imposible que haya
grandes reformas a corto y medio
plazo; faltan medios, voluntad y
fortaleza para afrontar la resistencia
de las diócesis locales. Es difícil que se
imponga la obligatoriedad de
denunciar a los tribunales civiles de
forma global, por eso el Papa fía su
discurso al cambio de mentalidad y
evitó concretar alguna medida. La
cumbre, sin embargo, ha dado una
visibilidad extraordinaria al problema
y redobla la presión autoimpuesta en
este tema. El juicio será cada vez más
severo para los que cometan esta
atrocidad.
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