LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
Julieta Arévalo
¿Quién las invitó?
Llevaba varios días sin poder dormir. Cuando se acercaba la noche, mis
nervios se acentuaban porque estaba convencida de que mis ojos nunca se
iban a cerrar, entonces me imaginaba como una televisión prendida día y
noche, consumida, a punto de explotar. Daba vueltas en la cama, usaba
mi dildo para sosegarme, veía infomerciales, me tomaba una copa de vino,
ponía música new age, pero mis ojos seguían abiertos. Escuchaba los
crujidos de la duela, del refrigerador y de sus habitantes, de los
mosquitos, de los vecinos discutir y de sus hijos lloriquear.
Mi vida se hacía insoportable sin poder dormir las ocho horas en
las que usualmente mi cuerpo se perdía entre las sábanas, además comencé
a resentirlo en las clases que daba. Cuando a los chicos les tocaba leer
algún fragmento del libro de lectura, me quedaba dormida, o cuando les
hacía un examen, detalle que a ellos les fascinó, pues gracias a mi
cansancio podían darse el lujo de copiar. La maestra-barco fue su mejor
cómplice durante un tiempo.
Me hice amiga de la vendedora de la tienda naturista, le compré
una variedad de tés relajantes, pero apenas si funcionaron. Con las gotas
para el sueño ocurrió lo mismo; el Alprazolam logró dormirme, pero me
aletargaba, además me robó la libido. Así que las abandoné. Busqué algo
nuevo. Una amiga me había dicho que gracias al yoga su sexualidad había
despertado, otra que había dejado de tener pensamientos suicidas y que
ahora su vida era una con el universo.
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