LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
sentimientos. Al menos ahora ya no duele. Es parecido a mirar el
dolor desde lejos, desde un sitio seguro. Sé que lo mismo sucederá
en algún momento con Eugenio.
¿Quieres una cerveza? dije. Es lo único que se me ocurrió
decir.
Sentados a la mesa, una enorme, metálico, con un logotipo de
cerveza
al
centro,
rodeados
de
más
estudiantes
como
nosotros,
escuchando música norteña; mientras sorbemos de nuestras botellas
sin decirnos nada —en momentos como este lo que menos quieres es que
alguien te dé “buenos consejos”—, mientras Eugenio fija la mirada en
la mesa y con la punta de su pulgar juega con una servilleta y yo
mastico chicharrones bañados en salsa picante y trato de pensar en
algo que sirva para distraerlo, para que ya no piense en lo que
acaba de suceder, ambos nos miramos a los ojos y nos reconocemos el
uno
en
el
otro
—somos
el
presente
y
el
futuro
de
un
mismo
sentimiento.
Su cabello olía a chicle, dice Eugenio. Creo que jamás podré
volver a masticar chicle sin pensar en ella.
Me quedo repitiendo en voz baja lo que acaba de decir. Y poco a
poco me voy sintiendo igual, triste, y entonces me entran muchas
ganas de volver a casa y no despertar hasta el lunes.
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