LETRINA Número 8 Septiembre 2016
Carlos Wilfredo Trejo
EL ADIOS
Las despedidas no tienen nada de glamoroso. No hay cámara lenta ni viento que agite el cabello de la chica. No hay música ni imágenes en colores sepia. No hay un hombre estirando su mano con suavidad intentando detener a su pareja. No hay público secándose los ojos con pañuelos. Todo eso es un invento del cine. Maldito cine que nos llena la cabeza con mentiras.
Lo que hay es silencio. Corazones que se encogen y callan a causa del orgullo; un instante tan breve que al nomás suceder se acaba. Hay dientes apretados, dedos en puños, pensamientos veloces que jamás se convierten en palabras. Un instante que se repasará en la memoria una y otra vez mientras los protagonistas se preguntan ¿ por qué? Muchos tipos de por qué. En las despedidas sólo hay vacío. Así sucedió con Eugenio y su novia. Se dijeron adiós en el patio de la escuela, después de la última clase. Eugenio se quedó ahí, mirándola mientras ella se subía en el coche con su mamá. Sé que quería ir tras ella. Debí darle un empujón, decirle que fuera, que no se detuviera, pero no lo hice. Nadie más notó lo que estaba sucediendo, sólo nosotros. La tarde era soleada y el viento soplaba fresco. No había nada triste en el ambiente, no hubo lluvia ni nubes grises. Sólo Eugenio de pie a la salida de la escuela y yo junto a él, en silencio, pensando que debía llega a casa a bolear mis zapatos.
No recuerdo la última vez que me dijeron adiós. Recuerdo lo que sentí, lo asfixiado, lo mucho que me dolía siquiera tener los ojos abiertos y lo mucho que quería quedarme en cama mirando caricaturas. Pero ahora, si intento volver a sentir eso, ya no puedo. Es como si alguien me hubiera lavado toda la tristeza. Recuerdo los
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