LETRINA Número 8 Septiembre 2016
Estoy en mi habitación y no puedo dejar de pensar en todo ese tiempo que me negué a ver las señales. Estaba seguro de que nuestro matrimonio funcionaba. Había acciones y frases que yo consideraba una constante muestra de amor verdadero. Estaba equivocado y debí haberme dado cuenta... La experiencia de los últimos meses me ha hecho utilizar recursos y trucos propios que no sabía que tenía.
Leo algo en el periódico sobre la lluvia de estrellas fugaces de la semana pasada; también mencionan el funeral y de la invitación que hace Efrén a toda la comunidad a participar a un evento conmemorativo después del entierro. Pienso dormir un poco antes de empacar mis maletas.
El trabajo fue lo que esperaba. Condiciones laborales caóticas y un sin fin de conflictos mucho más graves de lo que habían planteado. Eso logró que sintiera que no era el momento indicado en mi vida para trabajar y empecé a considerar la posibilidad de ceder a la tristeza. Me relajé y me obligué a no pensar en nada. Me paré frente a la ventana y durante varios minutos observé el cielo limpio y azul con fuertes ráfagas de viento. Estuve así hasta que una bandera gigante de Perú pasó flotando ante mis ojos debajo de las pocas nubes.
Está saliendo en todos los noticieros, dijo una voz detrás de mí. Era Efrén. Traía una bebida típica de la región que me ofreció. Perdimos de vista la bandera y él me avisó que esa noche habría una cena-fiesta con los directivos. Se ofreció a pasar por mí. Le dije que no sería necesario. Me dejó la dirección anotada en un papel y se despidió con gentileza. Por un segundo quise preguntarle por la mujer del hotel pero me pareció inapropiado.
En la noche me vestí con un traje demasiado grueso para el clima. Tomé un taxi, pero el chofer se equivocó de ruta y no pudo dejarme justo en la puerta del lugar sino a dos cuadras. Decidí bajarme y caminar.
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