LETRINA SEPTIEMBRE 2016 | Page 44

LETRINA Número 8 Septiembre 2016
El Doctor me conduce hacia otra recámara. Ésta, a diferencia de la anterior, es amplia e iluminada. La luz, al encenderse, produjo un zumbido que aún no desaparece. Al fondo, la pieza se divide por una cortina de quirófano; detrás de ella, la máquina.
Parece que el Doctor nota mi reacción y sonríe. Me siento como niño frente a una bolsa llena de gomitas. La cortina se corre y ahí está. Aunque la imaginaba más imponente, más profesional, no dejo de sentir una infantil ilusión. No se trata más que de una silla eléctrica modificada, con una telaraña infranqueable de cables y botones y palancas.
« No hace falta que sepas qué hace …( tic) Sólo necesitas saber que después de esto, serás feliz ».
La silla es helada. El casco, que normalmente transmitiría la electricidad, está repleto de cables delgados y luces pequeñas. Luce pacífico. El Doctor amarra mis pies y manos a la silla y me pide cerrar los ojos. Imagino cómo será el cielo. Hago un repaso a través de mi vida otra vez sin conseguir nada, ni una lágrima, nadie a quien extrañar.
Árboles altos, nubes suaves, campos interminables de flores, un cielo infinitamente azul.
Un hombre camina sin ninguna preocupación entre la multitud, con la ropa desgarrada, la barba sucia, los pies descalzos. La multitud corre por no retrasarse en sus respectivas actividades. Algunos de ellos aún sangran; las heridas de otros ya cicatrizaron. Una mujer, llamada Paulina, perteneciente al grupo de las heridas frescas, cree reconocer al hombre.
El hombre no deja de mirar el cielo. Es un cielo gris, sin ningún rastro de cielo como tal. A sus ojos, aquel cielo triste se presenta como el cielo más azul de todos. Paulina ha pensado en él todo este tiempo, si es que de él se trata, y le reprocha. Pero no está segura y prefiere no quedar en ridículo, así que decide continuar su camino. Anoche, ella intentó morir desangrada en su recámara, donde meses antes compartía siete cigarros con el hombre que ahora camina sin
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