LETRINA SEPTIEMBRE 2016 | Page 42

LETRINA Número 8 Septiembre 2016 es lo máximo que se puede hacer. O esperar. Aunque algunos sigamos probando suerte. Todos desearían ir en esa caja, cargados por tres hombres de cada lado rumbo al cementerio. Entonces, ¿por qué lloran? De envidia, quizá. Yo lo hago por esa razón. Desearía ser yo a quien carguen, ser ése por el que lloren… Pero, ¿y si desde la primera vez funcionó y en realidad todo este tiempo he estado muerto? ¿Y si todos estamos muertos desde el principio? Un hombre se acerca a mí y me ofrece un pañuelo. Asumo que es para secarme las lágrimas, pero me equivoco. «Tenga más cuidado con la tela adhesiva», dice. «A veces se despega y la gasa ya no sirve de nada»; cierra su comentario pasando por mi nuca uno de sus dedos para después limpiarlo sobre el pañuelo. Al ver mi sangre embarrada en él, siento que mi rostro comienza a hervir. Agacho la cabeza, ocultándola del extraño y me cubro la nuca con el pañuelo. Al levantar la cabeza, el hombre se despide de mí al otro lado de la calle. Nunca me dijo su nombre y decido dirigirme a él como Doctor por el título colgado en la sala. Es un hombre alto y delgado, con grandes ojeras casi negras y bolsas de piel debajo de los ojos. El pretexto de mi visita fue la devolución de su pañuelo. La mancha de sangre fue imposible de quitar. El hombre se pasea ansioso a través de toda la sala, encorvado, tímido, buscando complacer todas mis necesidades: un vaso de agua, o licor, si lo prefiero; chocolates, un puro. Acepto un vaso de vodka y el puro. Jamás había fumado uno. El Doctor lleva puesta una playera blanca de manga larga con cuello de tortuga. Un tic acompaña el final de todas sus frases: despegar de su piel la tela del cuello de tortuga y levantar las cejas. Después del funeral de aquel día, el Doctor me hizo señas para que me acercara, intercambiamos números y después, por teléfono, acordamos una cita que se concretó hoy. En la misma pared donde cuelga su título cuelga una veintena de sombreros de diferentes estilos y colores, como cabezas de animales en el hogar de un cazador. Pero el Página 42