LETRINA LETRINA #6 Marzo - abril 2013 | Page 22

rías que ella parecía no escuchar. Ella buscó el asiento más alejado del pigchofer. Con su bolsa ocupó el asiento de al lado para estar sola los veinte minutos restantes, tomó una pluma y su cuaderno. Escribió sólo una línea. Ella ya no sabía qué era lo que le provocaba más lástima. Que después de unas cuantas pláticas, cordialmente un pervertido-seudo-desconocido-novato-escritor de pacotilla vía chat la invitara de la manera más atenta a pasar una noche con él, en su casa, en su cama, haciendo quién sabe qué cosas, es decir, que le hubiera olido lo bitch. O que ella, la lectora estúpida hubiera leído con tanta devoción sus dos insólitos libros publicados con ayuda del gobierno (por supuesto). Sentía tanta rabia por haber devorado esas páginas, por enamorarse de ese que ayer por la noche entre cuentos y poesía la había humillado de la manera más elegante y cruel que puede existir. Después de unos minutos cortó la hoja del cuaderno, la arrugó y la guardó en su puño. Yo quise hablarle, quizás darle un abrazo, pero no pude, me congelé, me congelaba, ante mis ojos estaba viendo el reflejo más claro de mi vida. Ella ya no tenía amigas, ni amigos, mucho menos ídolos escritores. Ella ahora sabía algo. Sabía que la hoja barata, entintada y arrugada que llevaba en su puño rebelaba todo el dolor que guardaba celosamente en su corazón. Mis ojos exageradamente maquillados y cegatones no alcanzaron a distinguir muy bien las letras que escribió, 23