La avenida Madero, como siempre, estaba llena de basura
(gente, gente y más gente). A la vuelta de la esquina, por
Salinas & Rocha, estaba tirado un billete que se le cayó a
un anciano pensionado, un billete con el espantoso pero
artístico rostro de Diego Rivera. La bolsa de su pantalón
en ese momento deseó ser un imán, un imán que atrajera
papel. Esa bolsa ya estaba cansada de recibir por la mañana solo doce pesos para el transporte público, y por consiguiente a esa hora tener ya solo seis. Pero Ella no lo vio,
no vio al muralista mexicano.
Ella estaba cruzando la calle. El semáforo cambiaba a
verde. Ella estuvo a punto de ser atropellada. Dos autos
seminuevos chocaron por su culpa. En el asiento trasero
del chevy plata, el llanto de un infante brotaba. Adelante
estaba una mujer muerta, estrellada contra el vidrio bañada en sangre. Su marido soltó el volante, tomo una pistola que traía en la cajuela y mató al otro conductor, para
después él también suicidarse. El niño de 3 años seguía
llorando, ese infante quedaba huérfano, tan desamparado,
tan abandonado como Ella.
Ella seguía corriendo y por fortuna nunca se enteró de esa
historia novelesca.
Mientras corría derramó una lágrima espesa, azucarada y negra. Corrió, corrió, y se subió a un camión verde
todo destartalado que arrojaba humo al avanzar. Metió
su mano a la bolsa derecha, estaba vacía y rota, luego a la
bolsa izquierda, ahí tenía los ya esperados seis pesos. Sin
verlo a los ojos, dio todas sus monedas al gordo chofer
que volteaba a ver su trasero, mientras susurraba grose22