LUMINISCENTE JANDRA
Este dedito se fue al mercado… quería comprar carnita, y preguntó
aquí, aquí, aquí, y decían que no, que no le decían, y preguntó
¿aquí?, ¿aquí?. No, decían otra vez, y solamente aquí… pinchaba
con el dedo índice sus costillas. El juego siempre era igual, la niña
acababa riendo una y otra vez, risa que risa la sirenita, risa que
risa la madrugada. ¿Está lista la niña? Está lista y preciosa. Ve mi
amor, ve con abuela. La hija de Jandra gira con la punta de los
pies, levantando los talones, y el vestidito rojo se extiende con el
impulso, luego corre hacia dentro de la casa.
Jandra tiene que enfrentarse al monótono día gris del sinsabor
costurado en las cobijas nupciales que no pudieron ser; en
ese desgastado anuncio de ser mujer y ser entera, reconocerse
amplia para sus propios ideales. Su piel, sus brazos, sus dedos
y ojos llenos aún con esa pelusa lustrosa que queda después del
abandono, de la huída, después de las carreras y la sobrevivencia:
tuvo que escapar.
Este dedito se fue al mercado... Todo era idéntico al planear los
fines H