Lenguas Indígenas en Riesgo. Kiliwas Cantos de Trinidad Ochurte. Primera edición, 2006 | Page 47
El kiliwa es una lengua que se niega a morir. Los pocos hablantes rememoran
la imponente presencia de Trinidad Ochurte y el orgullo de haber tenido un
descendiente con la capacidad creativa de atesorar en su memoria innumera-
bles cantos, que al parecer eran una mezcla de las lenguas yumanas y mohave.
Cuentan que Trinidad acudía a cuantas ceremonias se celebraban en la región,
de esa manera aprendía los cantos.
Durante las entrevistas que se realizaron a los kiliwa en junio de 2006, los
ancianos y adultos añoran la lengua, la dinámica de lo que era la vida de
los linajes antes de ser ejido, la productividad antes de haber sido despojados
de gran parte de su territorio y la presencia de quien fue el último cantante de
kiliwa: Trinidad Ochurte. Ahora sólo dos personas cantan en Arroyo de León y
Ensenada: Leandro Maytorell y Leonor Farldow.
Entre kumiais, paipais, cucapás y kiliwas, los cantos tenían funciones
distintas, se invocaba a los muertos como solicitud de ayuda para sanar a algún
enfermo y en la narración de travesías y aventuras de su vida errante. Ahora los
cantos abordan temáticas sencillas: la metida o salida del sol, el canto de
los pájaros, y sólo en casos contados se habla de sucesos históricos que les han
afectado (Garduño, 1994: 255-256).
Honésimo González, de 70 años, cucapá de El Mayor, interpreta un canto
denominado Matiña, Buscando Tierra, y dice: “Entonces, nosotros buscamos la
tierra hace miles de años, buscamos la tierra y la cultura, la misma que cantamos
hace miles de años. Fíjese, nada más que con otra cultura que nos llegó ahí
estamos todavía”.
Los cantos entre los grupos bajacalifornianos formaban parte de los ritos
religiosos. Señala Everado Garduño que la ejecución de las canciones llegaba a
durar más de seis horas, o que se repetían sin cesar durante toda la noche hasta
el amanecer (Garduño, 1994: 254).
Asimismo, señala que existían las canciones “de poder” aprendidas durante
los sueños por los hechiceros, mismas que les servían para hacer llover o para
curar ciertas enfermedades. Anota la presencia de instrumentos ahora extintos
en esta región, como pequeños tambores, tablas aplaudidoras, flautas y sonajas
de conchas de tortuga o construidas con la pata de un venado, y el instrumento
conocido como “mugido de toro” (ipa'lili en kiliwa), que consistía en un
delgado trozo de madera suspendido por un cordel para producir un zumbido
que auxiliaba en el niwey (ceremonia fúnebre) o, en algunos casos, en espantar
a los malos espíritus (Garduño, 1994: 255, y Meigs, 1939: 45).
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