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Pesca de Sirenas
Péscame una sirena, pescador sin fortuna
Que yaces pensativo del mar junto a la orilla
Propicio es el momento porque la vieja luna
Como un mágico espejo entre las olas brilla
Han de venir hasta esta rivera una tras una
Mostrando a flor de agua su seno sin mancilla
Y cantarán en coro, no lejos de la duna
Su canto que a los pobres marinos maravilla
Penetra al mar entonces y escoge la más bella
Con tu red envolviéndola, no escuches su
querella
Que es como el canto aleve de la mujer. El sol,
La mirará mañana entre mis brazos loca
Morir bajo el martirio divino de mi boca
Moviendo entre mis piernas su cola tornasol.
El rey Lear
La historia de Lear y de sus hijas, uno de los temas
que más ha interesado a los estudiosos de las
tradiciones populares, se encuentra en autores
como Geoffrey of Monmouth (Historia Regum
Britanniae, obra compuesta hacia 1140),
Holinshed (Chronicle) y en una aportación de John
Higgins (1574) al Espejo de los magistrados, obra
en la que hombres ilustres de Inglaterra narran su
caída (siguiendo el modelo de las Caídas de los
príncipes, de John Lydgate, que a su vez imitaba
las Desventuras de Boccaccio).
El Chele
Cuando ella le llevó el almuerzo –un plato de
cocido hecho de prisa– aguardaba él a la reja,
agarradas las manos a los barrotes. Era un mocetón
membrudo, tirando a rojo, de mandíbulas fuertes,
velloso como un perro de aguas, de barba viril. Un
macho como pocos. La hembra se acercó, rimando
con las caderas, de amplio paréntesis, la estrofa del
amor carnal. Era de mediana estatura, trigueña,
rica de carnes, fresca como una sandía. Terciado el
pañolón café, haciendo chillar los botines, pasó
entre los soldados, despidiendo de su enagua una
brisa ardiente y perturbadora, impregnada de
perfumes baratos.
–Chico –dijo ronroneando la voz como gata–, aquí
está el almuerzo.
–¿Por qué has venido tan tarde?– replicó el reo con
una voz entre áspera y dulzona.
–No pude estar antes. Tengo mucho que hacer.
–¡Mentiras! Es que vivís entretenida con ese
tinterillo. Ya sé que me seguís engañando. Pero ve,
por Dios –e hizo una cruz con la diestra y la besó–
que te doy una lección cuando salga de este
enchute. Y lo que es a él…