Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 191
su casa a desayunar. No tenía hambre, pero juzgaba una medida prudente llenar
el estómago ante las emociones que se avecinaban. El pueblo asumía a aquella
hora una quietud demasiado estática, como si todo él se sintiera recorrido y
agarrotado por el tremendo frío de la muerte. Y los árboles estaban como
acorchados. Y el quiquiriquí de los gallos resultaba fúnebre, como si cantasen con
sordina o no se atreviesen a mancillar 675 el ambiente de duelo y recogimiento
que pesaba sobre el valle. Y las montañas enlutaban, bajo un cielo plomizo, sus
formas colosales. Y hasta en las vacas que pastaban en los prados se acentuaba
el aire cansino y soñoliento que en ellas era habitual.
Daniel, el Mochuelo, apenas desayunó regresó al pueblo. Al pasar frente a la tapia
del boticario divisó un tordo picoteando un cerezo silvestre junto a la carretera.
Se reavivó en él el sentimiento del Tiñoso, el amigo perdido para siempre. Buscó
el tirachinas en el bolsillo y colocó una piedra en la badana 676 . Luego apuntó al
animal cuidadosamente y estiró las gomas con fuerza.
La piedra, al golpear el pecho del tordo, produjo un ruido seco de huesos
quebrantados. El Mochuelo corrió hacia el animal abatido y las manos le
temblaban al recogerlo. Después reanudó el camino con el tordo en el bolsillo.
Germán, el Tiñoso, ya estaba dentro de la caja cuando llegó. Era una caja blanca,
barnizada, que el zapatero había encargado a una funeraria de la ciudad.
También había llegado la corona encargada por ellos con la leyenda que dispuso
el Moñigo: "Tiñoso, tus amigos Mochuelo y Moñigo no te olvidarán jamás". Rita,
la Tonta, volvió a abrazarle con énfasis, diciéndole, en voz baja, que era muy
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Manchar
Onda
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