Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 154
estimar que hablase bien un hombre que a cada dos por tres decía "en realidad".
Esto era cierto. Claro que puede hablarse bien diciendo "en realidad" a cada dos
por tres. Ambas cosas, a juicio de Daniel, el Mochuelo, resultaban perfectamente
compatibles. Mas algunos no lo entendían así y si asistían a un sermón de don
José era para jugarse el dinero a pares o nones, sobre las veces que el cura
decía, desde el púlpito, "en realidad". La Guindilla mayor aseguraba que don
José decía "en realidad" adrede y que ya sabía que los hombres tenían por
costumbre jugarse el dinero durante los sermones a pares o nones, pero que lo
prefería así, pues siquiera de esta manera le escuchaban y entre "en realidad" y
"en realidad" algo de fundamento les quedaría. De otra forma se exponía a que
los hombres pensaran en la hierba, la lluvia, el maíz o las vacas, mientras él
hablaba, y esto ya sería un mal irremediable.
La gente del valle era obstinadamente individualista. Don Ramón, el alcalde, no
mentía cuando afirmaba que cada individuo del pueblo preferiría morirse antes
que mover un dedo en beneficio de los demás. La gente vivía aislada y sólo se
preocupaba de sí misma. Y a decir verdad, el individualismo feroz del valle sólo
se quebraba las tardes de los domingos, al caer el sol. Entonces los jóvenes se
emparejaban y escapaban a los prados o a los bosques y los viejos se metían en
las tascas a fumar y a beber. Esto era lo malo. Que la gente sólo perdiese su
individualismo para satisfacer sus instintos más bajos.
Don José, el cura, que era un gran santo, arremetió una mañana contra las
parejas que se marchaban a los prados o a los bosques los domingos, al anochecer;
contra las que se apretujaban en el baile cerrado; contra los que se
emborrachaban y se jugaban hasta los pelos en la taberna del Chano y, en fin,
contra los que durante los días festivos segaban el heno o cavaban las patatas o
cuchaban los maizales. Fue aquél el día en que don José, el cura, en un
arrebato 573 , se rasgó la sotana de arriba abajo. En definitiva, el cura no dejó
títere con cabeza, ya que en el valle podían contarse con los dedos de la mano los
que dejaban transcurrir una festividad sin escapar a los prados o a los bosques,
apretujarse en el baile cerrado, emborracharse y jugar en la tasca del Chano o
segar el heno, cuchar los maizales o cavar las patatas. El señor cura afirmó
que, "en realidad, el día del Juicio Final habría muy poca gente del pueblo a la
derecha de Nuestro Señor, si las actuales costumbres no se enmendaban
radicalmente".
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Enajenamiento causado por la vehemencia de alguna pasión
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