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CAPÍTULO XVI
Don José, el cura, que era un gran santo, utilizaba, desde el púlpito, todo género
de recursos persuasivos: crispaba los puños, voceaba, reconvenía, sudaba por la
frente y el pescuezo, se mesaba 569 los escasos cabellos blancos, recorría los
bancos con su índice acusador e incluso una mañana se rasgó la sotana de arriba
abajo en uno de los párrafos más patéticos 570 y violentos que recordaría siempre
la historia del valle. Así y todo, la gente, particularmente los hombres, no le
hacían demasiado caso. La misa les parecía bien, pero al sermón le ponían mala
cara y le fruncían el ceño. La Ley de Dios no ordenaba oír sermón entero todos
los domingos y fiestas de guardar. Por lo tanto, don José, el cura, se sobrepasaba
en el cumplimiento de la Ley Divina. Decían de él que pretendía ser más papista
que el Papa y que eso no estaba bien y menos en un sacerdote; y todavía menos
en un sacerdote como don José, tan piadoso y comprensivo, de ordinario, para
las flaquezas de los hombres.
Eran un poco torvos 571 y adustos 572 y desagradecidos los hombres del valle. No
obstante, un franco espíritu deportivo les infundía un notorio aliento humano.
Los detractores de don José, el cura, como orador, decían que no se podía
569
Tirar con fuerza del cabello
Que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza.
571
De mirada fiera
570
572
Poco tratable , huraño , malhumorado .
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