Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 15
son pamplinas. Mi padre dice que cuando la diñas 31 no te enteras de nada.
Movió el Mochuelo, dubitativo, la cabeza.
—¿Cómo lo sabe tu padre? —dijo.
A Roque, el Moñigo, no se le había ocurrido pensar en eso. Vaciló un momento,
pero en seguida aclaró:
—¡Qué sé yo! Se lo diría mi madre al morirse. Yo no me puedo acordar de eso.
Desde aquel día, Daniel, el Mochuelo, situó mentalmente al Moñigo en un altar de
admiración. El moñigo no era listo, pero, ¡ahí era nada mantenérselas tiesas con
los mayores! Roque, a ratos, parecía un hombre por su aplomo y gravedad. No
admitía imposiciones ni tampoco una justicia cambiante y caprichosa. Una justicia
doméstica, se sobreentiende. Por su parte, la hermana le respetaba. La voluntad
del Moñigo no era un cero a la izquierda como la suya; valía por la voluntad de un
hombre; se la tenía en cuenta en su casa y en la calle. El Moñigo poseía
personalidad.
Y, a medida que transcurría el tiempo, fue aumentando la admiración de Daniel
por el Moñigo
Éste se peleaba con frecuencia con los rapaces del valle y siempre salía
victorioso y sin un rasguño. Una tarde, en una romería, Daniel vio al Moñigo
apalear hasta hartarse al que tocaba el tamboril. Cuando se sació de golpearle
le metió el tambor por la cabeza como si fuera un sombrero. La gente se reía
mucho. El músico era un hombre ya de casi veinte años y el Moñigo sólo tenía
once. Para entonces, el Mochuelo había comprendido que Roque era un buen árbol
donde arrimarse y se hicieron inseparables, por más que la amistad del Moñigo
le forzaba, a veces, a extremar su osadía e implicaba algún que otro regletazo
de don Moisés, el maestro. Pero, en compensación, el Moñigo le había servido en
más de una ocasión de escudo y paragolpes.
A pesar de todo esto, la madre de Daniel, don José el cura, don Moisés el
maestro, la Guindilla mayor y las Lepóridas, no tenían motivos para afirmar que
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Diñar : Morir.
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