Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 137
—¿Lo habéis hecho? —inquirió.
Se fundieron en la tenebrosa oscuridad del túnel las afirmaciones satisfechas
del Mochuelo y el Tiñoso.
—¡Sí!
—También yo —confesó Roque, el Moñigo; y rió en torno al comprobar la rara
unanimidad de sus vísceras.
Los pantalones seguían sin aparecer. Tanteando llegaron a la boca del túnel.
Tenían los traseros salpicados de carbonilla y el temor por haber extraviado los
calzones plasmaba en sus rostros una graciosa expresión de estupor. Ninguno se
atrevió a reír, sin embargo. El presentimiento de unos padres y un maestro
airados e implacables no dejaba mucho lugar al alborozo.
De improviso divisaron, cuatro metros por delante, en medio del senderillo que
flanqueaba la vía, un pingajo informe y negruzco. Lo recogió Roque, el Moñigo, y
los tres lo examinaron con detenimiento. Sólo Daniel, el Mochuelo, osó, al fin,
hablar:
—Es un trozo de mis pantalones —balbuceó con un hilo de voz.
El resto de la ropa fue apareciendo, disgregada en minúsculos fragmentos, a lo
largo del sendero. La onda de la velocidad había arrebatado las prendas, que el
tren deshizo entre sus hierros como una fiera enfurecida.
De no ser por este inesperado contratiempo nadie se hubiera enterado de la
aventura. Pero esos entes siniestros que constantemente flotan en el aire, les
enredaron el asunto una vez más. Claro que, ni aun sopesando la diablura en toda
su dimensión, se
justificaba el castigo que les impuso don Moisés, el maestro. El Peón siempre se
excedía, indefectiblemente. Además, el castigar a los alumnos parecía
procurarle un indefinible goce o, por lo menos, la comisura derecha de su boca
se distendía, en esos casos, hasta casi morder la negra patilla de bandolero.
¿Que habían escandalizado entrando en el pueblo sin calzones? ¡Claro! Pero ¿qué
otra cosa cabía hacer en un caso semejante? ¿Debe extremarse el pudor hasta
el punto de no regresar al pueblo por el hecho de haber perdido los calzones?
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